Orden | Del latín ordo, -ĭnis

Anders Petersen in Cafe Lehmitz, Hamburg, 1970

Tipificar viene a ser una cosa muy sencilla: "llamar a las cosas por su nombre". Sin esta acción nuestro mundo no tendría sentido, ya que sin el uso de ‘tipos’ no podríamos producir significados. En otras palabras, entendemos el mundo que nos rodea por medio de referencias de personas, objetos, experiencias, etc, que en nuestra cabeza se han aprendido por medio de esquemas de categorización (más o menos generales) que a su vez se han construido en la realidad social vivida. Vamos que nos pasamos las horas, los días, la vida entera ordenando y organizando nuestra mente. Hall (2010) propone un ejemplo muy sencillo. Descodificamos un objeto plano sobre patas donde colocamos cosas, como “mesa”. Es probable que nunca hayamos visto esa clase de “mesa” antes, pero tenemos un concepto general o la categoría “mesa” en nuestra cabeza en el que “acomodamos” los objetos que encontramos. En relación a esto de categorizar, recuerdo mi primer año de universidad en el País Vasco y concretamente mi primera clase de sociología. La profesora, a la cual aún podría reconocer por la calle, nos mandó salir a la calle a hacer un ejercicio: teníamos que elegir a una persona y analizarla. Debíamos apuntar en un papel cómo la describiríamos en pocas palabras. Recuerdo que yo me fijaba en el periódico que leía (porque por esa época aún había periódicos en papel), en la ropa, en el pelo… Por otra parte, intentaba analizar qué tipo de persona me parecía, lo que se denomina “tipología de la personalidad”, es decir si parecía que estaba enfadada, triste, contenta, extrovertida...  De manera que la imagen que tenía de las personas que pasaban por el campus se construía en base a las categorías que yo ya tenía establecidas sobre género, nacionalidad, clase, edad, grupo político o lingüístico entre otras. ¿pero qué pasa con las personas a las que le asignamos una categoría? ¿se quedan siempre en esa categoría? ¿qué estrategias tenemos que hacer para sacarla de ahí? ¿cómo podemos hacer para salir nosotros de una categoría a la que nos han anclado?

Pongamos,de nuevo, un ejemplo:

J. ha entrado en una categoría, debido a que J. tiene ciertos elementos que le hacen adscribirse a esa tipificación. Los elementos de los que dispone J. son altamente sensibles para mí. J. se caracteriza por tener un temperamento de tipo 4, al cual le viene como anillo al dedo un temperamento de tipo 2, que es el mío.  EXPLOSIÓN.
Qué bien le viene a la droga un drogadicto. 

En relación con los binarismos, Derrida (1972) señala que éstos nunca son iguales. Es decir que hay muy pocas oposiciones binarias neutrales. Según Derrida uno de los polos siempre es el dominante, el que incluye al otro dentro de su campo de operaciones. Por otra parte, Derrida nos propone un ejercicio muy práctico para capturar realmente la dimensión del poder de la que estamos hablando. Escribamos binarismos:

                Blanco/ negro                   hombre/mujer                 rico/pobre                          causa/efecto
                Bueno/malo                      nosotros/ellos                  J/yo

Y siguiendo las mismas palabras de Derrida, “entre oposiciones binarias no estamos tratando una coexistencia pacífica sino más bien con una jerarquía violenta. Uno, de los dos, gobierna y tiene la sartén por el mango (1972:41). Y, en el caso de J. yo tengo todas las de perder.

Pero, volvamos al ejemplo. J. no es en sí el problema, aunque en parte es la causa y digo, en parte, porque todo lo demás es culpa mía y del patriarcado – él siempre tiene la culpa-. El problema es porqué yo relaciono los elementos de J. con esa categoría, si pensé que esa categoría ya estaba deconstruída. Por otra parte y al mismo tiempo, J. también me ha tipificado a mí. Y yo represento todos los elementos de esa misma categoría. El problema es que yo pensé que esos elementos habían desaparecido. Cómo es posible que esa categoría siga vigente en mi cabeza después de tantas lecturas feministas, de unas cuantas experiencias y de reflexionar, debatir, cuestionarme constantemente.  ¿no ha sido suficiente? ¿aún no he aprendido?

Estoy firmemente convencida de que las lecturas nunca son suficientes pero que el problema no radica en leer más sino en leerme más. Trabajo personal lo llaman. 



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