Lo nuestro son polvos en el aire | Vol. XII.


Íbamos de camino a casa cuando André me propuso ir a otro lugar. Pero adónde vamos a ir ahora si son las dos de la mañana. Me quejé de inmediato. Tenemos que ir en el coche, pero anda, vamos. Me sigue sugiriendo con una mirada ingenua. Odio esa mirada de niño bueno. Termina haciendo conmigo lo que quiere. Realmente, yo no quería saber muy bien adónde íbamos, pero André sabe que no hace falta mucho para convencerme. No él. No me importa que venga sin argumentos, no me importan mucho los motivos. No me importan porque lo sé y los comparto. Sólo quiero que venga a darme palabras yo haré lo posible por hacerlas realidad. Arranqué el coche y la noche fue nuestra. No quería conocer bien los detalles del lugar al que pretendíamos llegar así que nos metimos en el coche, subió la música y cantamos hasta llegar. El disco que sonaba me lo regaló André, aunque ni siquiera él mismo lo sabía.
Abre la puerta niña
Y dale paso a la luz
Mira que destello tiene
Esa nube con el sol
Por la mañana amanece
La vida y una ilusión
Deseos que se retuerce
Muy dentro del corazón
Hay una fuente niña
Que la llaman del amor
Donde bailan los luceros
Y la luna con el sol.[1]

Nuestras voces sonaban al unísono. Cruzamos las calles que llevan a la playa. Dejamos paso a las sombras de la noche en todos los semáforos. Dimos varias vueltas a las rotondas hasta acabar la canción. Olvidamos, por completo, que al día siguiente tendríamos que madrugar. André me daba indicaciones al ritmo de la música que sonaba por los altavoces. Le hacía caso. Cuando llegamos al barrio, André dio un toque a la persona con la que supuestamente había quedado. Alguien estaba esperando. Hacía mucho frío y yo no quería salir del coche. Además, iba intuyendo para que estábamos allí, así que decidí no decir nada y seguí cantando en el coche.


Creo recordar que por la noche
El pájaro blanco echó a volar
En nuestros corazones
En busca de una estrella fugaz
Vimos juntos el amanecer

Y el lago reflejó nuestros sueños 
[2]

Aquel barrio de la periferia tenía pisos de no más de 3 alturas. Conocía al chico que, probablemente, abriría la puerta. No es la primera vez que vengo a este barrio, sin embargo, todo me parece desconocido. La soledad de la ciudad me es extraña. El viento sopla tanto que mueve las hojas de los árboles sin apenas pedirles permiso. Al abrir la puerta André me da un susto que me hace temblar y gritar. Está un poco mojado. Ya sabes, he tenido que darle un poco de charla. Encima que me hace el favor. Yo no he pedido ninguna explicación. Arrancamos el coche y de camino a casa decido parar en el aparcamiento del centro comercial que tenemos justo a mano izquierda. Solo hay dos coches más. Compartimos parte de las sustancias que André había comprado y nos sentimos exhaustos. La piel se convierte en el mejor de los instrumentos. Al salir de ese mugriento aparcamiento André se lanza a cantar:
Tú que me hablas
Reina de la morería
Cada vez que estás a mi vera
Siento una gran alegría[3]

Al llegar, la casa está muy oscura. André camina hacia el salón sin darse ningún golpe, se sabe el camino de memoria. Una de las cosas que más me sorprendió de las mujeres marroquís es que caminaban por la medina a oscuras. Completamente a oscuras. No significa que solamente ellas caminaran por medina en la noche. Pero, las recuerdo a ellas porque fueron ellas las que me salvaron. Mientras André intenta encender su lámpara favorita, yo espero en la puerta de la entrada. Al llegar al salón caí rendida en el sofá. Ese sofá que tantas veces se había mojado de amor. Miro a André. Me desato el peinado y se me escapa un pequeño suspiro. André coge la guitarra y comienza a cantar una nana. Me acuerdo cuando mi madre me cantaba a Lorca por las noches. Me duermo.   
En un intento de quitarme las gafas, que todavía llevo puestas, Andre me despierta. Me pregunta si quiero ir a la cama. Acepto. Nos ayudamos a desvestirnos y al poco rato, nos dormimos. Fuera de esa casa quedó la inmensa crueldad del mundo.


No somos ni Lole ni Manuel, pero, últimamente, el mundo entero intenta hacernos creer que sí.  


Lole y Manuel 




[1] Abre la puerta, niña | Triana – El Patio (1975).
[2] En el lago | Triana – El Patio (1975).
[3] Recuerdos de una noche | Triana – El Patio (1975).

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