Todo lo que fuimos en un trago de champagne.
No era precisamente la mejor tarde de Laila
ni su más exquisita noche. La independencia razonable de su carácter otorgó a
esas últimas horas del 1 de enero una esencia especial y magnífica. Llevaba
incomunicada varios días, pero no podía perderse las primeras horas del año sin
ver a Isaac aunque este al igual que Laila tampoco llevaba una buena racha. Las
noches empezaban a las cuatro de la mañana y solían terminar dos o tres horas
después. Isaac aún no había desviado su vida como para llegar a arrepentirse
pero si había modificado ciertos gestos que a Laila ya le resultaban confusos
llegándose a sentir una ignorante. No le conocía, al menos en los aspectos más
formales y clásicos con los que ella se sentía más cómoda. Isaac miraba a Laila
desde la distancia mientras los faros largos de su coche de segunda mano y
cubierto de barro hasta los retrovisores la iluminaron un par de veces a unos
150 metros de distancia para advertirla de su proximidad. Los latidos dentro
del pecho de Isaac aumentaron proporcionalmente a la reducción de la velocidad
del coche hasta llegar este último a detenerse mientras el corazón hizo su
juego más caprichoso intentando salir por la garganta. Laila subió al coche
convencida de que si quería pertenecer a la memoria de Isaac para por un tiempo
más ésta era su última oportunidad. Isaac intentó no hacer lo de siempre y
tardó poco en decidir qué hacer antes de que Laila dijera que odiaba la
indecisión de Isaac. En el fondo él ya habría preparado desde hacía varios días
una botella de champagne que aunque no le gustase en absoluto podía ser un buen
recurso de celebración, como en las películas de final amable o en las novelas
donde siempre era ella quien se quedaba con la botella casi vacía junto a la
cama. Evitaron mirarse de lleno en un primer momento porque sabían que el color
de los ojos de su contrario les hacía enloquecer y someterse al cualquier
mandato.
Él sabía que aguantando la mirada más de
cinco segundos conseguía de ella un poco de empatía, sin embargo, Laila, que
dominaba algo más de psicología, sabía que sus ojos para Isaac eran algo más
que un faro a buen puerto. Se sentía orgullosa de sus ojos verdes-grises que
más de una vez había convencido a Isaac de todo, de absolutamente todo, salvo
de bailar y cantar. Dando tumbos por la autovía sin iluminación decidieron que
la salida de Mompía era la más acertada para llegar a Somocuevas antes que por
San Román dado que Isaac había estado por la tarde tomando algún que otro de
orujo y no se fiaba de sus posibilidades al volante como aquella vez volviendo
de una pija puesta de largo. Ambos sabían a lo que se tenían que enfrentar, a
despedirse por última vez. Ya tenían práctica pero ahora habían decido poner
fin a su contrato de noviazgo. Hacía meses que no hablaban más de diez minutos
por teléfono seguidos y cuando lo conseguían algún reproche o algún insulto
eclipsaban cualquier intento de reconciliación. La ausencia de coches
estacionados en el aparcamiento era signo de la soledad con en la que ambos,
cada uno en una orilla de España, se encontraban. Podía ser casualidad, pero ya
habían estado una hora juntos y los fantasmas aún no habían salido. Laila
intentaba morderse los labios y no reconocer que tenía tantas ganas como él de
verse las caras, de respirarse y quién sabe de volver a tocarse de manera
afectiva, sensible, con amor. Isaac para eso no tenía duda, necesitaba tocar su
cara y meter las manos en el pelo suelto y negro de Laila que había sido una
perdición desde hacía años. Isaac no dudó ni un segundo y empezó a tantear las
mejillas de Laila con tanta delicadeza de Laila se extrañó y se dejó acariciar
sin problema. Laila cerró los ojos y quiso aprovechar los únicos y últimos
minutos de tranquilidad que emborrachaban a Isaac, que ya desde hacía
prácticamente dos años Isaac vivía una situación de absoluto nerviosismo y
ansiedad por todo lo que le rodeaba hasta tal punto de despreciar su vida con
Laila.
Ambos tenían dos opciones y debían de
elegir rápido: Laila se marchaba en autobús a 1.000km de distancia a las 11 de
la noche y ya eran las 8, así que, o se dedicaban a jugar sus mejores cartas o
a lanzarse puñales y cuchillos. Isaac preguntó angustiado sólo una vez por qué
Laila había podido omitirle de su vida durante tanto tiempo, Laila por el
contrario le preguntó si de verdad todas las barbaridades que la había hecho
sentir y padecer esos últimos meses habían tenido algún resultado positivo para
él. Le hizo sentir tanta vergüenza y desazón que Isaac se cortó su lengua. ¿Por
qué te fuiste tanto tiempo?, ¿por qué no me apoyaste?, ¿por qué me echaste la
culpa de aquello?, ¿te acuerdas de tu postura cuándo?...y siguieron
preguntándose durante hora y media sin obtener más que pizcas de odio y
amargura, las mismas que les habían llegado a minar años antes y las mismas
heridas verbales que habían desecho su amistad. Isaac no aguantó mucho más y le
estampó un beso en los perfectos labios de Laila y acto seguido la mordió
suavemente el papo. Laila en vez de reaccionar con una patada, como debería
haber hecho acarició la barba de cinco días de Isaac mientras cerraba los ojos
y le recordaba lo bien que le quedaba con el pelo un poco menos rapado de lo
normal. El odio, dio paso la dulzura de besos perdidos, de caricias necesarias
para la supervivencia humana, las lágrimas de él le traicionaron como de
costumbre mientras ella intentaba mantenerse en pie. Ella le pidió una y mil
veces que no la besara, que no le removiera sus cimientos, que la
respetara…Isaac, como siempre decidió que eso no era una opción debido a que
esas horas en el coche, junto a los acantilados del Cantábrico iban a ser las
últimas horas de su vida juntos después de 7 años. Isaac se desabrochó el
cinturón de seguridad, Laila retrocedió hasta golpearse con la ventana. Isaac
alcanzó el hombro izquierdo de Laila y al ver que ella no reaccionaba con
violencia preguntó si podía verla el cuello. Perfección de la anatomía de Laila
decorado con un pequeño lunar en la base del cuello, justo en la hendidura
donde solía quedarse dormido. Sí, él se acordaba de su aroma, de su textura, de
su calidez, del ritmo y la templanza de su piel. Laila no pudo resistirse ni un
segundo más y con las manos se apartó el pelo del cuello y el pecho. Isaac
acercó su nariz y boca junto al cuello para fotografiar la parte más preciada
del cuerpo de Laila. Ella introdujo sus manos en el pelo de Isaac, a veces
tirando con fuerza a veces jugando desde la raíz. Tuvieron pánico de sentirse
de nuevo vulnerables a sus pasiones, a sus devociones de adolescentes en cualquier
parte. Pactaron quedarse en la superficie, en los labios, en la cara, jugar con
las manos, quedarse en las manos. Ella no quería llevarse de viaje su olor y él
no quería continuar con algo que les iba a complicar más la vuelta a la
realidad cotidiana del lunes. El aroma de sus cuerpos quedó impregnado en sus
manos, en sus labios. Isaac salió del coche, ella hizo lo mismo, se abrigaron
con sus abrigos negros, porque aunque llevaran sufriendo toda la semana un
viento sur plagado de incendios y suicidios, la noche era fría. Isaac apareció
con una botella de champagne, Laila se sorprendió de que por fin Isaac tuviera
una iniciativa en su vida. No habían podido brindar la noche de fin de año,
pero todavía no habían pasado ni 24 horas desde el comienzo del año e Isaac
pensó que nunca es tarde. Laila se acercó a él.
Hacía meses que no le vía de pie, que no le
veía en persona y le agarró de la mano e Isaac sintió las mismas manos que se
agarraron por primera vez cuando ambos tenían 14 o 15 años. Avanzaron hasta el
borde el acantilado, en frente el oleaje acompañaba esa sensación de perdición
y redención que ambos padecían. El viento movía el pelo de Laila y se apresuró
como siempre a cerrarla bien el abrigo. Isaac descorchó la botella, brindó al
aire por Laila, no quería nada más que brindar por Laila….Ella brindó por él.
Siempre brindaban por cosas que no se cumplían pero aquel día brindaron por el
uno por el otro, brindaron por sí mismos. Habían decidido dejar su pasado en
los asientos del coche, dejar de discutir y matarse por unos instantes. Estaban
a dos metros de un acantilado de 50 metros del que si caían probablemente no
saldrían. El cielo estaba despejado, Isaac bebió un gran trago que rápidamente
se hizo espuma y logró escupirlo. Laila fue más prudente y fina y bebió un
traguito para cerrar un pacto. Daba igual los errores y maldades que se
hubieran hecho antes, bajo el cielo ambos eran igual de vulnerables, bajo las
estrellas del frío cielo junto al mar eran iguales. Se dijeron a la cara
solamente los mejores recuerdos e historias que habían pasado juntos durante su
vida, y sin decir nada, pactaron acordarse solamente de aquello que les había
hecho felices. Se dieron las gracias por haber existido, por haber resistido
tanto tiempo, por haber sido la casa, la comida, el calor, el cariño, la
motivación y el respeto mutuo. Se prometieron no desaparecer el mundo y seguir
queriéndose de otra forma alternativa. Isaac le dijo en bajito que ella era la
mejor y Laila dijo a Isaac bien alto que no hiciera más el idiota y cuidara su
vida. Isaac volvió a besar la Lila y ella no soportó la angustia de pensar en
no volver a verle. Isaac se hizo el duro hasta que los nervios le hicieron
congelarse de frío. Laila sujetó las manos de Isaac con tanta fuerza que la
vida fluyó entre ellos como siempre. Después de tanto tiempo, y al final de
todo Laila e Isaac se reconocieron como imprescindibles y ejemplares...
Hasta
Pronto.
Shabbat Shalom!
CELEBRANDO EL ADIÓS
Tómate esta botella conmigo
y en el último trago nos vamos,
quiero ver a qué sabe tu olvido
sin poner en mis ojos tus manos.
Esta noche no voy a rogarte
esta noche te vas ya de veras,
que difícil tener que dejarte
sin que sienta que ya no me quieras.
Nada me han enseñado los años,
siempre caigo en los mismos errores
otra vez a brindar con extraños
y a llorar por los mismos dolores.
Tómate esta botella conmigo
y en el último trago me besas,
esperemos que no haya testigos
por si acaso te diera vergüenza.
Si algún día sin querer tropezamos
no te agaches ni mi hables de frente,
simplemente la mano nos damos
y después que murmure la gente.
y en el último trago nos vamos,
quiero ver a qué sabe tu olvido
sin poner en mis ojos tus manos.
Esta noche no voy a rogarte
esta noche te vas ya de veras,
que difícil tener que dejarte
sin que sienta que ya no me quieras.
Nada me han enseñado los años,
siempre caigo en los mismos errores
otra vez a brindar con extraños
y a llorar por los mismos dolores.
Tómate esta botella conmigo
y en el último trago me besas,
esperemos que no haya testigos
por si acaso te diera vergüenza.
Si algún día sin querer tropezamos
no te agaches ni mi hables de frente,
simplemente la mano nos damos
y después que murmure la gente.
Comentarios
Publicar un comentario