Las otras maneras de amar de Amanda.
Y
las noches de fin de semana terminan divagando en cuestiones de ‘vida o muerte’
(en el sentido literal de las palabras). La noche pasada, cargada de sustancias tóxicas que envenenan el
cuerpo pero abren el alma, Amanda y yo terminamos cuestionándonos nuestra
capacidad de amar. Ella, dando siempre honor a su nombre, prefiere ser querida
únicamente por una sola persona. No para de aferrarse a la idea de que ‘ya es
bastante complicado querer a una persona como para querer a más de una'. Las personas somos muy complicadas
y quizá por esa razón llevemos tanto tiempo juntas, será que nadie más nos
entiende- dice con ese tono de voz que tanto la caracteriza, en un ‘es broma
pero quizá haya más de verdad de lo que pensamos’. Yo no tardo en señalarle que puede que lo que estemos
es cansadas de hombres aburridos que no saben ni cuidarse ni querer a nadie o
que nosotras no tengamos ni p***a gana de pensar en otra persona que no sea la que lleva
nuestras bragas.
Amanda
bebe un trago de su ron-cola ya casi aguado, cierra los ojos y casi con el
sorbo en la boca me hace visibilizar los rituales sexuales de los griegos y los romanos. Ella, experta en la Grecia antigüa, gracias a su bachiller de humanidades y a
su gran memoria a largo plazo, analiza en voz alta lo bien que se lo pasaban
los griegos (varones en su mayoría) con el sexo.
–Acuérdate de aquel cuadro que vimos en clase sobre las orgías de los griegos, sí, joder, se llamaba algo así como... hetaira noséqué - Ambas nos miramos y sonreímos al pensar en nuestro maravilloso profesor de griego que podría haber hecho cualquier cosa con nosotras, ya que ese amor que nosotras sentíamos sí que era ‘divino’. Terminamos brindando por los recuerdos de la adolescencia.
–Acuérdate de aquel cuadro que vimos en clase sobre las orgías de los griegos, sí, joder, se llamaba algo así como... hetaira noséqué - Ambas nos miramos y sonreímos al pensar en nuestro maravilloso profesor de griego que podría haber hecho cualquier cosa con nosotras, ya que ese amor que nosotras sentíamos sí que era ‘divino’. Terminamos brindando por los recuerdos de la adolescencia.
Mientras
decido desafiar al equilibrio y dar la bienvenida a la resaca de mañana me levanto a llenarnos el vaso. No he llegado a la cocina cuando Amanda me grita desde el salón que se niega a beber más. Dice que
mañana quiere encontrarse bien, que quiere empezar a ensayar el texto de Chéjov que tiene que preparar para la semana que viene. Yo, que la conozco muy bien y sé que no le va a costar mañana preparar la obra porque es de esas personas que ama lo que hace, empiezo a rellenar su vaso. Reitero, la conozco demasiado bien como para saber que ha sido incapaz de tener el libro en sus manos y no empezar a leerlo. Incluso podría apostar el cuello a que se ha terminado el primer acto de la Gaviota en lo que tarda el bus en cruzar las cinco paradas que hay entre su casa y la mía. Entre que conozco a la perfección la capacidad intelectual y artística de Amanda y que a nadie le gusta beber solo un sábado a estas horas de la noche, termino por no hacerle caso. Al llegar de nuevo al salón, me quita rápido su vaso de las manos y casi
con un tono cargado de dolor, me mira a
los ojos y me pregunta: - ¿Y la culpa?
Me
siento en el sofá y me alejo sin quererlo de la realidad, ¿sería yo capaz de no
sentirme culpable? ¿Me sentiría bien conmigo misma? ¿Podría querer sin
aferrarme a nadie? ¿Podría estar sola y amar sin terminar poniendo límites incondicionales? ¿Sin
vivir en una jaula? El amor monógamo va un poco de eso, ¿no?- me cuestiono. Sí, se trata de vivir en una
jaula, eso sí, de tener la puerta abierta para poder entrar y salir cuando uno desee pero al
fin y al cabo es restringir tu capacidad de dar amor a una sola persona. ¿La
poliamoría va entonces de la misma jaula pero con más gente? No, no creo. La poliamoría
va más allá, va de no ser egoístas, ni posesivas, ni controladoras. Va más de que
no existan jaulas, de ser libres. Sí, va de libertad, sonrío como si hubiera llegado a la conclusión final.
Esto
va de desaprender, de hacerse otras preguntas, de quitar barreras, de cambiar los
comportamientos, de disfrutar y de vivir como una quiere. Me viene a la
cabeza de inmediato Zygmunt Bauman y toda su teoría del amor líquido y la
fragilidad de los vínculos humanos. Y si al final tiene razón y estamos condenados a vivir en una sociedad que
tiene miedo a establecer relaciones duraderas y que solamente pretendemos encontrar
intensas pero cortas conexiones ¿no será
mejor que aprendamos a disfrutar de esas conexiones?
Son demasiadas preguntas y debo volver a la realidad. Miro a Amanda que está cantando “Whatever Lola wants” de un lado a otro del salón, como si la reencarnara la propia Sarah Vaughan. Sé que le hubiera dedicado esa perfecta canción a todo el vecindario si no hiciera casi -3 grados en esta ciudad de ‘luces que Alhambran al pasar’. Sin dudarlo ni un solo segundo, descruzo mis piernas, me levanto a toda prisa, cojo el ritmo y espero que haga efecto el ron en mi cuerpo.
Son demasiadas preguntas y debo volver a la realidad. Miro a Amanda que está cantando “Whatever Lola wants” de un lado a otro del salón, como si la reencarnara la propia Sarah Vaughan. Sé que le hubiera dedicado esa perfecta canción a todo el vecindario si no hiciera casi -3 grados en esta ciudad de ‘luces que Alhambran al pasar’. Sin dudarlo ni un solo segundo, descruzo mis piernas, me levanto a toda prisa, cojo el ritmo y espero que haga efecto el ron en mi cuerpo.
Hasta aquí puedo contar. Solo decir que Amanda y yo terminamos la botella
pero no la conversación. Terminamos pensando que tenemos la mejor edad y el
mundo entero para empezar a dar amor y a recibirlo. Llegamos a la conclusión de que
la poliamoría no va de ser un “degenerado”, una “zorraputaguarra” o un tío que no respeta a
las mujeres, sino que va más de la capacidad de amar del ser humano. De olvidar la
capacidad de amar que se nos ha inculcado o con la que hemos aprendido y debemos desaprender a amar solo a una persona y para la
eternidad. Que va de nuestro deseo de querer y de nuestra incapacidad, por ahora, de
querer sin restricciones o de multiplicar nuestro amor.
Este
año va a ser duro, me digo. Va a estar cargado de reflexiones filosóficas, de
intentos de cambiar el mundo (al menos el mío) e intentar no cometer los mil
errores con los que camino desde hace casi veintiséis años. Este año va a ser duro pero prometo no ser
como Safos y tirarme al mar si no lo
consigo.
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