שׁמות



Éramos demasiado jóvenes para pedir perdón, pero allí mismo sin esperar a que nadie te diera la bendición te arrodillaste. Dejaste tus penas entre las rendijas de aquella alcantarilla por la que hacía un rato había meado ese perro pequeño y pesado del vecino. El pantalón beige que compramos en aquel centro comercial de Varsovia se te rompió por la mitad. La mujer que pasaba por nuestro lado nos miró de reojo. En esta ciudad parece que a nadie le importa nada, que no les importa nadie. Y a mí todo esto me da mucha pena. Llevabas todo escrito en una hoja de cuadros, como las que usabas en el colegio para escribir las 100 veces eso de que no podías portarte mal. Porque te recuerdo que tú siempre te has portado mal. La hoja aterriza en el suelo mojado de esta ciudad en la que crecimos. Puede volar porque tú todo lo que quieres decir lo sabes, como nos sabemos la tablas de multiplicar. Te miro asustado, sin fuerzas para seguir llorando. Dices que has esperado a este momento por ser el que aguarda la tradición, pero quizá hoy no era el momento esperado para la mía. Mis días eran todos los de antes. Todos hasta no llegar hasta aquí, a esta alcantarilla sucia, vieja y desilusionada, como nosotros mismos. Y yo que siempre pensé que esto iba a ser para siempre. ¿Cómo lograste dejarme pensar que no? ¿o acaso no estamos otra vez en el principio? ¿No es real eso que sientes? Tus palabras caen como la hoja, pero las recojo, no quiero perder ninguna de ellas. Las guardo juntas para que no cambien de significado. Tus palabras, las cuales ya las he escuchado antes, me hacen perder el equilibrio y en mitad de la plaza me desvanezco. Lloro tanto como tú. No somos nada sin las palabras, pero ojalá no te hubiera escuchado decirlas, esas exactamente. ¿Cómo hemos podido hacerlo tan mal? Estamos los dos en el suelo, consumidos y desamparados. Me limito a mirarte. Miras a lo lejos, a un punto fijo, a la nada, como si estuvieras ausente. Espero. Te abrazo por la espalda, como cuando tenías tanto miedo que tenías que hacer grandes esfuerzos en no caer. Te sujeto, como siempre. 
Y en ese justo instante comienza el vértigo de los días pasados. No solo fuiste tú quien dejó que todo se derrumbara en el aire. No sólo fuiste tú…

Éramos demasiado jóvenes para pedir perdón porque ni tú ni yo supimos hacerlo mejor.
No quiero tu perdón quiero curarte las heridas...




Cristina García Rodero (1975) Galicia, Spain


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