Hija de las circunstancias | Vol. I

Como muchas mañanas Leila aprovecha su segundo café del desayuno para mirar el correo de la universidad. Desde que se ha levantado no ha parado de recibir órdenes. ¿El opresor? Ella misma. Las órdenes son sencillas y están tan integradas que apenas le cuesta llevarlas a cabo, pero eso no impide que existan y que la sometan. Es muy metódica con sus rituales. Le gusta desayunar en silencio y por eso se levanta, incluso, antes de que suenen las alarmas. Coloca en la mesa de madera, que hizo su padre, el portátil. No está segura de que le apetezca hacer frente a los correos que tiene aplazados, pero como siempre cede. En la pantalla del ordenador aparece el número cinco en color rojo. Esto es agotador, piensa mientras lleva los labios a la taza de porcelana. Con una rápida y examinadora mirada abre inmediatamente el primer correo. El mensaje ha llegado a su bandeja de entrada hace menos de 15 minutos y solo son las 07:23 de la mañana. Pocas personas que ella conozca están desde las seis de la mañana despiertas. En el asunto se puede leer únicamente una palabra: IMPORTANTE, en mayúsculas, como si se lo estuvieran diciendo a gritos. El remitente su directora de tesis doctoral.


Leila, te vuelves a Portugal. No te preocupes por el dinero, hemos conseguido una beca para el grupo de investigación y está todo cubierto. Así que ve diciéndolo en el trabajo. No tenemos mucho margen así que cuanto antes se lo comuniques mejor para todos. Son varios meses, perfectos para que te dediques a leer y a terminar la investigación.
Te llamo luego cuando salga de las clases.
Por cierto, a cabo de recibir la confirmación de Boaventura y va a poder tutorizarte la tesis. Por eso te escribo a estas horas. Abajo te reenvío su correo. Enhorabuena. Tenemos todo lo que queríamos.


Leila se agarra a la silla de madera como si estuviera sintiendo un ligero terremoto. Leila había sentido varios terremotos en su vida. La mañana de aquel primer terremoto Leila se encontraba en el piso del Albaicín donde vivía con Isaac y esa mañana estaba sola en la casa. En la habitación, en aquella preciosa habitación que ambos habían decorado con fotos de sus viajes, fotográfos famosos e ilustraciones del poeta del puente y que miraba a la Alhambra, cerraba el primer capítulo de su tesina. Él siempre fue de fotográfos con nombres raros, elitistas y occidentales. Ella siempre fue más de fotos de la calle, sin nombre, sin clase y sin sentido. Los pies de Leila pequeños, anchos y de lunares como los vestidos de gitana que vestía, se posaban en el compás de aluminio que sujataba el caballete de la mesa que habían construido. Las estanterías de libros empezaron a moverse. La colección de tazas de Isaac hacía un ritmo bastante atronador y confuso. Apenas le dio tiempo a tener miedo porque no sabía exactamente qué estaba pasando. Durante el segundo terremoto, Leila e Isaac hacían el amor tan vehemente, que se dieron cuenta, tras el final de aquel hermoso viaje donde habían tocado las estrellas, al mirar las notificaciones del móvil. Aún en la cama se miraron con ojos sedientos y confirmaron que hubiera sido la mejor manera de morir. Y como si existiera tal posibilidad se adentraron de nuevo en el paraíso. Estaban tan unidos y llevaban tanto tiempo juntos que no hacían falta las palabras. 

Leila siempre tuvo miedo a las catástrofes naturales, pero tiene todavía más miedo a sus propios desastres. El café negro y sin azúcar tampoco ayuda mucho a suavizar la mañana, pero como buena niña organizada y sistemática se lo toma entero y de un trago. Ahora ya puede empezar el día. Leila decide no hacer ningún cambio en su vida hasta que haya terminado la jornada laboral, que hoy acaba, en principio, a las 18:00h, pero esperará intrigada esa llamada. 


Henri Cartier - Bresson

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