Desnudo/a | Del latín nudus.
Isaac
cogió el fular rojo de Leyla de la silla y se lo enredó en el cuello. Afirmó en
voz alta que le quedaba bastante bien con el abrigo negro que había decidido
ponerse esa noche. El norte es despiadadamente frío a veces y esa noche podrían
bajar los termómetros a bajo cero. Isaac quería sentirse lo más seguro posible
antes de enfrentarse a la idea de volver a ver Mario y, ese fular de Leyla le
hacía sentirse lo más valiente posible. Olía a Leyla, mucho. Esa noche se había
prometido no separarse de ella, ni de su pañuelo.
En
efecto, antes de salir de la casa Isaac se miró al espejo y se sintió la
persona más sexy del momento. Hacía tanto que no se sentía así que al segundo
le invadió la nostalgia y el miedo. Leyla que tenía la capacidad de leer sus
pensamientos, le sonrío con los ojos. Tira para adelante, anda y déjate de
tonterías. Lo vamos a pasar bien, verás, - afirmó serena.
Hace
unas horas ambos hacían el amor salvajemente como cuando estaban juntos. Ninguno
de los dos esperaba aquello, porque las verdades estaban encima de la mesa,
boca arriba. Con ellas jugaron, removieron, vieron en ese amor a todas las
personas por las que han pasado y terminaron viéndose así mismas. Ninguno de
los dos sentía que ese acto iba a remover nada entre ellos, porque todo estaba
claro, pero a los dos les gustan los desastres. A veces follamos sin querer y
otras queremos follar para salvar el amor que queda en las vidas, las nuestras
y en las ajenas. En ese momento para
Isaac follar con Leyla era un impulso salvaje de volverla a tener, aunque fuera
por aquellos extensos cuarenta minutos. Para Leyla, era un acto sincero de amor,
de reencuentro. Para ambos era una prolongación de su amor y de sus tiempos de
miserias.
Pero bueno, volvamos al fular rojo
de Leyla. Isaac se lo enredaba bien antes de salir por la puerta, pero ese
fular era el recuerdo de tantas historias...
En primer lugar, era el recuerdo de
Granada. Quizá Isaac no se acuerde, pero lo compraron juntos en la alcaicería
de Granada durante el primer mes en el que decidieron irse a vivir juntos al
sur de España. Leyla se probaba fulares de todos los colores; morados, negros,
verdes, amarillos pero sus colores favoritos deciden por ella. Además, ese fular tenía
un tacto especial.
En segundo lugar, era el recuerdo
de una noche de deseos cumplidos. Era invierno y veían alumbrada la Alhambra
desde el salón desde el mejor barrio de toda la ciudad. Desde el sofá en el que
estaban tumbados Hadrien decidió tapar los ojos a Leyla con ese fular rojo que
ahora se llevaba Isaac. Con los ojos aún tapados Leyla tenía que adivinar qué
parte de Hadrien tenía cerca.
En tercer lugar, fue un motivo de
supervivencia en el funeral del abuelo de Leyla. Aquel fular fue el refugio de estar parada sola ante su abuelo muerto.
Por último, ese fular había sido
el objeto más preciado para ella en el viaje a Marruecos. Con él, Thomas le
hizo una de las fotos más bonitas que tiene. Además, fue lo único que le
separaba a Thomas y a ella en la furgoneta. Fue un acto despiadado de querer
desnudarse ante Thomas, física y emocionalmente.
El fular de seda rojo se había
convertido en la razón de la vida de Leyla. Aquel objeto volvía una y otra vez,
había estado en todas sus esperanzas y en sus desgracias. Ahora había desaparecido
de la vida de Leyla y sin él, estaba desnuda pero quizá, solo así podría aceptar
quién es y hasta dónde ha llegado.
Morocco, 2019. |
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