Lo nuestro son polvos en el aire | vol. XVI
Thomas repite las palabras de Vera como si tuviera que
aprendérselas de memoria. De pequeño odiaba que Roberto, su profesor de
matemáticas del colegio, le obligara a aprenderse así las tablas de
multiplicar. De vez en cuando, aún tiene dificultades para acordarse de la del
7. Siempre supo que aquel método de Don Roberto no era el más efectivo para él.
Por momentos, Vera lo mira y piensa en las veces que ha intentado averiguar por
qué Thomas es incapaz de alternar sus palabras con las de Vera. Hoy es un día
como tantos, sin altercados, sin preocupaciones. La complicidad que hay entre
ambos es visible desde las primeras casualidades. Es tan perceptible que a su
alrededor todo el mundo sabe lo que ellos todavía desconocen. Y, en efecto,
están ahí, cada uno a un lado de la mesa porque comienzan a hurgar en ello.
Vera está inquieta, da vueltas a la servilleta de papel que tiene
entre las manos. La va doblando en partes iguales desde el ancho de ésta. Aún
no ha bebido nada del café que hace poco le sirvió el camarero que va vestido
de un blanco impoluto. Al margen de todo esto, unas señoras de pelos cardados
alimentan la frustración avivando a la víbora que tienen dentro. Las
conversaciones, que se dispersan unas de otras, son extremadamente ridículas.
Las rancias señoras no hacen otra cosa que criticar al vecindario. No es la
primera vez que ambos se ven en esta cafetería, y sin ser un lugar familiar para
ellos, están tranquilos de estar aquí. No tienen mucho tiempo. Vera tolera cada
vez peor la sensación de querer controlar el tiempo. Hace tiempo que ha dejado
de pasear sin rumbo fijo. Te quedan 35 minutos antes de la siguiente sesión, se
presiona sin darse cuenta.
Thomas con preguntas aleatorias y, extremadamente, arriesgadas
intenta confirmar que no está enfadada con él. La necesidad de corroborar
aquello que parece sospechar en su cabeza le causa un esfuerzo e inquietud
palpable en Vera. Thomas, quien carece
un poco de delicadeza termina preguntando a Vera sobre su estado emocional.
- - No, Thomas,
solo estoy confusa – confirmó Vera. Todo esto está pudiendo conmigo, continua.
¿el qué? – pregunta Thomas. Dado la complicidad y cercanía que
ambos tienen esto era una pregunta que ahora resulta bastante fría para Vera,
la cual tarda en contestar por varios segundos. Son eternos para ambos.
- - Nosotros,
Thomas.
La frente de Thomas se arruga, sus ojos se dilatan, sus manos
empiezan a hacer ruidos en la mesa y el temblor de las piernas insiste con más
fuerza. Vera piensa que debería darle algo alternativo, pero no ahora no está
trabajando. La sensación de desesperación era punzante en esos momentos. Por
momentos, Vera hubiera preferido, sin duda alguna, estar criticando al
vecindario con las señoras de la mesa de detrás. Thomas lleva la camiseta favorita
de Vera. De esto se ha dado cuenta Vera recientemente debido a que siente un
impulso básico de querer agarrarle y saber que Thomas dejaría que ocurriera.
Hablar de amor es tremendamente complejo en estos tiempos de
posmodernidad líquida. Tan complicado como creen Vera y Thomas que es hacerlo. En
ambos casos, la apertura nos deja desnudos, sobre todo para ellos quienes llevan años no queriendo mostrar que son capaces de amar. Desear
algo y hacerlo notar ante el más mínimo público (aunque sean ellos mismos) muestra cierta valentía que carecen,
por ahora. Tienen miedo a romperlo todo en mil cachos inservibles, tienen pavor
a traspasar la seguridad construida hace años, a que tiemblen los pilares bases. Cuando
el amor se hace público crece y pesa más. Ambos creen no saber qué hacer con
todo esto, pero ambos están equivocados.
A Vera le gusta querer a Thomas. A veces querría quererlo más aún,
otras veces piensa que tampoco es para tanto. A Vera le gustaría tocarlo más. Vera ha
aprendido a respetar los límites de Thomas. Vera ha aprendido a querer a Thomas
con límites y ahora solo está segura cuando se repiten los días. Le conoce
tanto que a veces se odia por ello. Ambos son tremendamente independientes,
pero, en parte, se necesitan y cuando se miran lo saben. Cuando se acarician,
lo sienten. Si ambos pensaran con claridad, entenderían que no es nada más que
es la complicidad que se está volviendo vulnerable y frágil, pero es esa complicidad
la que hace que todo esto tenga sentido. Es la complicidad la que hará que nada
de esto se rompa. Es la complicidad lo que hace que con los polvos en el aire
ya no baste.
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