Lo nuestro son polvos en el aire | Vol. XX
Antes de que apareciera Thomas por la cama, pude disfrutar de un
tiempo en completo ensimismamiento inundando la cabeza en la almohada para impregnarme de ese olor tan peculiar que tiene y que me inquieta tanto que aquí estoy, literalmente, esnifándolo. Es suave y refrescante a la vez, pero he de decir que no siempre me ha llamado la atención; de hecho, en muchas ocasiones he sido capaz de no alterarme o, incluso, de tenerlo en baja consideración, ya que no se trata de un olor fuerte o atrayente a todos los sentidos. Es fácilmente confundible con un aroma a colonia de verano o detergente refrescante, incluso alguna vez me he sorprendido girando la cabeza en la calle pensando
que cruzaba a mi lado. Tampoco es un aroma intenso que inunde toda la almohada o que
aparezca por todos los rincones de la casa, sino que es de baja intensidad y
sólo soy capaz de lograr rescatar parte de la esencia si lo capto de cerca. Tumbada
bocabajo, estiro los brazos en casi la mitad del colchón, miro
hacia el lado derecho y vacío de la cama y siento una presión en el pecho que me aturde
por instantes, sin embargo he de admitir que este nivel de ansiedad no es suficiente para hacer que me duerma. Desde este rincón escucho de lejos la película de Lars
von Trier que acabábamos de empezar y es que, Thomas es un exquisito aficionado al cine y hoy ha vuelto a demostrar su capacidad de concentración poniendo la tercera película de la noche. Debido a mi vaga habilidad para quedarme sentada en el sofá unido a mis altos niveles de sueño me limiten a comprender cómo las cuatro de la
mañana puede ser buena hora para comenzar a ver ‘Melancolía’ que dura exactamente
136 minutos. Mientras yo sollozaba y gemía de intenso sueño, Thomas con las pupilas dilatadas,
extremadamente sensible a los cambios y enérgico como si hubiera comido anfetaminas
sin dejar de mirar a la pantalla me dijo “veta a la cama, anda, que estás dormida. En
un rato voy”. Completamente de acuerdo con aquella afirmación, agarré la
botella de cristal llena de agua, pues mi boca estaba completamente seca y me
dirigí torpemente a la cama. Me voluntad de cuestionar tales circunstancias o de luchar contra ellas es nefasta a estas horas de la noche, por lo que asumo con deseo aquella orden de Thomas.
Una vez en la cama, con la misma camiseta que me dejó la noche de ayer, me quedo dormida meditando sobre si debía haber fumado menos o no, divago torpemente sobre si esta agitación se debe únicamente al tetrahidrocannabinol, entiendo que sí y aunque me amenaza un pequeño arrepentimiento, éste me dura lo que tardo en
cerrar los ojos. Me desvelo un poco cuando noto meterse a Thomas en la cama, siento que ha pasado mucho tiempo desde que me quedé dormida oliendo la camiseta verde que llevo puesta. Le di algo de tiempo mientras se colocaba tranquilamente en su lado de la cama. Sentí como se movía con cuidado para no despertarme, se colocó de espalda a mí y yo, de mientras pude disfrutar de las sombras que hacía su cuerpo entre el edredón. La resistencia a algo que quieres es contraproducente en muchas ocasiones, por esta razón no tuve más remedio que abrazarle apenas se tumbó. Demostré una vez más mi parte más animal y lo olisqueé como si lo fuera a cazar. Y es que, últimamente
su aroma causa en mí una especie de cierta adherencia que me llevan a cometer imprudencias a cara perro. Todo ello, unido a mi alto nivel de estrés y mi demanda constante de mimos me hacen caer en la cuenta de que he vuelto a atarme a él y ando con la nariz pegada en su espalda, como una yonqui esnifando,
desesperadamente, los últimos gramos. La duermevela me hace ser realmente inconsciente del tiempo que llevo abrazada a Thomas, que aun siendo un poco
reacio al acercamiento se dejó abrazar el tiempo suficiente hasta que se dio la vuelta hasta pegarse a
mis labios. Mis ojos, al igual que mi boca, eran incapaces de abrirse. No
encontré mejor solución que anteponer mis ganas de seguir durmiendo y, lentamente fui dándome media vuelta, hasta hacer que él fuera el que me abrazara a mí.
A la mañana siguiente me desperté con mi nariz en su pecho, exhalando todo lo que me ofrecía hasta dejarle sin nada. Su brazo derecho me arropó tanto que me dejé atrapar toda la mañana. Nunca hemos hablado del tipo de animal que somos, nadie sabe quién acabará primero con el otro, nadie sabe cuándo dejaremos estos polvos en el aire. Nadie lo sabe y nosotros tampoco.
Peter O'Toole y Audrey Hepburn en el set de Cómo robar un millón y.. (1966) |
Comentarios
Publicar un comentario