Accesibilidad | Del latín tardío accessibilĭtas, -ātis.
Anoche Isaac hizo conmigo un juego. Un juego en el que yo tenía que creerme fuerte, muy fuerte para ser exactos. La verdad es que antes de empezar aquel juego no me explicó mucho, sin embargo, me hizo creer que después llegaría a serlo. No dudé un solo minuto en participar y, eso que ni si quiera sabía cómo se jugaba. Durante unos minutos volví a sentirme una cría inocente en el patio del cole donde nos conocimos. Además, en esta última etapa siento ganas de jugar, casi, todo el rato, quizá por esta emoción del principio se me olvidó preguntar las reglas. Por unos segundos, no entendí bien cómo a mí, que me paso mucho tiempo pensando en juegos y normas, se me pudo pasar aquello. Estaba claro que la idea de que sean otros los que proponen juegos me satisface mucho y me parece un buen plan para la noche del sábado. El juego implica atención y concentración y justo en el momento en que me pregunta Isaac si estoy preparada caigo en la cuenta de que es obvio que no, que no sé las reglas. Tras esa claridad de responsabilidad le ruego que me dé más información sobre eso que iba a dar comienzo en breve instantes y, le pido que, por favor, me hablé sobre donde lo conoció, para qué se utiliza, qué tengo que hacer y hago bastante hincapié en que me explique qué pasará si el juego no sale cómo él espera. Isaac tiene cara de susto cuando le miro con cierto grado de prepotencia como si en ese momento tuviera que haber realizado una breve investigación cualitativa sobre las prácticas del juego en la actualidad antes de proponerme tal iniciativa. Mi tono soberbio solo deja entrever un pequeño miedo ante, lo que va a ser, este pasatiempo. Al contrario de lo que espero, Isaac contesta con delicadeza y en un tono amable y cariñoso, y me responde: -ay, claro, se me ha olvidado explicarte cómo va. Me sorprende gratamente esa contestación, desde que conozco siempre ha tendido a reaccionar de otra manera, ¿cómo decirlo?, mucho más soez. Todo aquel cambio drástico me hace quedarme en el sitio y en silencio sepulcral para poder escucharle atentamente. Al finalizar las aclaraciones oportunas me dice que puede que me ayude a entender la relación con Thomas. No entiendo a qué viene tal comentario, hago una breve revisión a las conversaciones de la noche y, es que justo durante la sobremesa hablábamos de Thomas en general, y particularmente de yo con Thomas. Nunca imaginé estar hablando con Isaac sobre mis relaciones afectivo-sexuales, bueno quizá me he excedido un poco, porque, realmente, sí que lo imaginé. De hecho, creo que llevo años intentando que esto ocurra desde que nos conocimos. Y es que, aunque Isaac y yo hayamos compartido 15 años juntos, donde durante 7 años nos lo dimos todo, y de los cuales 5 años vivimos tan pegados que tuvimos que alquilar una casa de varias habitaciones para poder conocer el amor que sentíamos, no hemos debido hacerlo tan mal, como siempre pensábamos. Por todo esto considero este juego una oportunidad para entender mejor qué es eso que siento respecto a Thomas. Me siento agradecida por tanto en ese momento que miro a Isaac tan bonito que siento que le beso. Ahora que tengo delante a Isaac pienso en que se suele decir que no se puede comparar a nada ni a nadie, pero sin las categorizaciones no podríamos entender el mundo, ya que nos ayudan a comprender la realidad, como dicen Berger y Luckman, así que muy a mi pesar voy a confrontar mi yo con Thomas en base a mi yo con Isaac.
La primera de las premisas para empezar el juego es que debo
buscar una frase sobre algo que tenga necesidad de cambiar. Durante la partida,
Isaac me mandó repetir, una y otra vez, algo similar a esto: “a pesar de creerme
fuerte y no serlo”. Una y otra vez. Una y otra vez. “A pesar de creerme fuerte
y no serlo”. No existe una regla
concreta que diga que he de estar con los ojos cerrados, pero es como si al
cerrarlos sintiera más fuerza para poder repetir tal afirmación. “A pesar de
creerme fuerte y no serlo” una y otra vez, una y otra vez. Y, una y otra vez me
venían imágenes de Naim, de Isaac, pero no de Thomas. Así que durante los 30
minutos que duró aquel juego no encontré la relación con lo que decía Isaac al
principio sobre algo de entender mi relación con Thomas. A veces durante esas
repeticiones me di cuenta de que, en parte, es como si me hubiera hecho un
spoiler, sin embargo, yo a mitad de la película seguía sin conocer el nombre de
los personajes que iban apareciendo. ¿Por qué pienso en el tono agresivo e
invasor de Naim ahora? ¿Por qué me vienen a la cabeza las veces en las que
Isaac me impedía hacer algo por mí misma? ¿Por qué ahora Naim me da tanta rabia
que me gustaría decirle lo poco bien que me hace? ¿Cuándo dejó Naim de ser un
aliado? No entiendo cómo salen ahora estas preguntas, pero las agradezco y con
los ojos aún cerrados abrazo a Isaac como cuando él hacía la cena y yo me
acercaba por la espalda a darle, solamente, un abrazo para luego seguir con mis
cosas. Le abrazo, con los ojos cerrados, tan bonito que comienzan a caerse unas
leves lágrimas de mis ojos. Ellas muestran que el paso del tiempo, los cuidados
y el amor bien hecho hacen entender qué fuimos e ir poco a poco cicatrizando
las heridas.
La gente me pregunta muchas veces cómo he hecho para llevarme tan
bien con Isaac. La última vez que vi a Patricia me preguntó por qué me seguía
llevando con todas mis ex parejas. La respuesta fue clara, aunque no era la que
esperaba. La gente no suele entender mi manera de querer, a consecuencia de su
falta de categorías (en referencia a lo que señalaba, anteriormente de Berger y
Luckman) intentan comprimir mis relaciones en base a las que ellas conciben –
pocas y de peligrosa rigidez-. Es decir, la mayoría de personas de mi alrededor
y si hay que decir un nombre, ahora mismo me viene concretamente Noelia, amiga
y compañera de trabajo desde hace dos años, insisten en que soy yo la que no me
adapto. No me adapto y, de hecho, eso es lo que quiero. No quiero adaptarme a
sus vidas, ni sus categorías, ni creo en el amor comprimido. Ante comentarios
como “no te preocupes, ya llegará alguien que te hará cambiar de idea” o cosas
como “el día que menos lo esperes alguien te sorprenderá”, me hacen sentir la
tristeza en el fondo del estómago, tanto que llego a dudar de mí por varios
segundos. ¡Menos mal que dura poco –
últimamente-! Pero, lo que la gente no entiende es que ya están esas personas,
ya hay personas en mi vida que me hacen vibrar y que, aunque son varias no
cambiaría a ninguna de ellas. Hay muchas que se han ido porque no han podido
soportar las ausencias, la pérdida de control, la inestabilidad y el compartir.
¿Será Naim el siguiente? ¿Le da miedo todo esto? ¿le doy miedo yo? Cada vez que
me vienen a la cabeza esas preguntas, lo veo claro y poco a poco me siento más
valiente. Quizá tenga razón Isaac. Mi comportamiento habitual suele ser el
dudar de mí, el culpabilizarme por lo complicado que es tenerme al lado, de lo difícil
que es apostar por mí, porque pido quizá demasiada intensidad. Me atribuyo tantos
males que pienso que soy yo la que termino dejando relaciones que no me
aportan, pero este juego me ayuda a entender que también es la gente la que me
deja a mí, quizá, por no estar preparada y eso, en parte, es lo que creo que le
pasa a Naim. Eso y la frustración. Ahora es doble el bucle. Repito en voz alta “A
pesar de creerme fuerte y no serlo” a la vez que dibujo la cara de Naim y quiero
enfrentarme a él, con amor y paciencia, pero enfrentarme a él.
Tras este inciso, la idea de pensar en Thomas me tranquiliza y percibo que Isaac no
estaba tan confundido como creía.
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