Admirar | Del latín admirāri.

La sencillez de los pequeños momentos nos hace inmortales me decía mi madre mientras me peinaba delante del espejo. Desde aquel espejo reluciente podía ver detrás de mí a mi hermana sentada en el váter, muy tranquila, esperar su turno. Recuerdo que cuando era pequeña mi abuelo y mi madre se las ingeniaban con extraños juegos de azar para alternase quién despertaba a quien. Mi madre, que por aquella época no tenía un trabajo remunerado, sólo aquel que le obligaba la vida por tenernos, casi siempre tenía la suerte de despertarme a mí, ya que era conocida la devoción de mi abuelo por mi hermana, la adoraba de manera desmedida y pública, por lo que era muy extraño que mi madre tuviera la fortuna de ganar alguna partida. Según ahora nos cuenta mi madre no fue fácil criar a dos hijas con un marido extremadamente trabajador que se mantenía ausente la mayor parte del dí. Mi padre trabajaba tantas horas al día como lo sigue haciendo hasta ahora y de mientras en mi casa, mi madre nos enseñaba las tablas de multiplicar, los sinónimos, los antónimos y nos enseñó también que en la vida hay que ser valiente y afrontar aquello como te viene. Ahora nos sigue enseñando tantas cosas como antes, aunque ella no lo crea. Me acuerdo de ese instante mientras Thomas prepara la cena en la cabaña que hemos alquilado durante tres días. Le miro por la ventana y disfruto del sonido de los pájaros en un hermoso silencio. No necesito mucho más pienso, solo quería esto: silencio. La necesidad de parar mi cabeza en un lugar así. Me gusta observar a Thomas a través de la ventana. Es emocionante enfrentarte a los demás en su soledad sin que ellos lo sepan. La distancia que apenas existe entre nosotros me presenta el objeto que quiero sin poseerlo, sin atarlo, y esa imagen me hace percibir de alguna manera la sensación de libertad. El espectáculo natural que tenemos alrededor aumenta aún más esa sensación que va creciendo a medida que escucho atentamente las hojas de los árboles moverse agitadamente. La distancia de la que hablo me permite disfrutar de él sin dominarle, es cómo observar y disfrutar de aquel árbol que se encuentra cerca del lago, que te gusta por el simple hecho de que esté. Amar a alguien desde esa distancia no es fácil, es arduo trabajo ya que a menudo debemos alejarnos de ese ser para valorarlo en sí mismo. Es más duro de lo que creemos porque nos han enseñado a poseer aquello que deseamos, a que debemos controlar y que por el mero hecho de que alguien nos ame merecemos que nos poseen. Nos han engañado. Sentada en la silla de madera que hay en el porche observo a Thomas y disfruto por el mero hecho de que esté ahí, sin buscar cómo de útil es aquel objeto para mí. No pongo en duda de que Thomas lo sea, de hecho, es valioso para mí, pero no lo quiero por ello, lo quiero porque él es y está. Me gusta pensar que amaría a Thomas, aunque dejara de compartir días conmigo cerca del lago. Sentir que personas como Thomas, mi madre o mi hermana están en el mundo, por lo que hacen y son me hace poder amarlos desde la distancia y a mí esa sensación me da libertad. 

Esa misma distancia que ahora percibo aparecía cuando observaba a mi hermana quedándose absorta admirando detenidamente a mi madre. Se podía percibir en sus ojos cómo se quedaba con cada movimiento que mi madre hacía en mi pelo hasta lograr terminar la trenza que iba a durarme apenas un par de horas. Recuerdo cómo a los pocos días mi hermana insistía en jugar conmigo a “las peluqueras” siendo ella, esta vez, quien me hiciera ese proceso tan complejo de tres pasos.

Amar desde la distancia se acerca al hecho de admirar. Admirar nos acerca ante nosotros mismos más de lo que creemos que nos aproxima al objeto que deseamos. Admirar tiene algo intrínseco de identificación con nosotros mismos o con los deseos naturales de algo que de verdad nos mueve y eso es lo que nos acerca y aleja al mismo tiempo de aquello que admiramos, ya que a su vez admirar lleva implícito escondernos de nosotros mismos. Cualquier forma de admirar no debería ser aceptada en el mundo, aunque no podemos hacer que la admiración sea objeto de castigo, pero creo firmemente que la mirada en la que observas aquello que admiras tiene que estar sujeta a la sinceridad, aunque no siempre a la generosidad, ya que admirar tiene algo de búsqueda, de querer más. No sé qué sería de mí sin admirar porque admirar va unido al mero hecho de vivir y no lo digo yo, lo dice Elvira Lindo. 




Comentarios

Entradas populares