Lo nuestro ya no son polvos en el aire |
Como de costumbre me metí en el hueco de la cama más cercano a la
puerta. La habitación estaba oscura, únicamente se percibía una ligera luz de
la calle entre las dos cortinas amarillas con las que tropieza el gato cada
mañana. Traté de pasar por alto las imágenes que me venían a la cabeza para no reírme, ya que Thomas estaba aparentemente dormido. Al intentar omitirlas
aparecían más intensamente, tanto que fui incapaz de detener aquellas
carcajadas que se venían como un tsunami. Estoy segura que en más de una
ocasión os ha ocurrido aquello que me pasó a mí esa noche. Lo que pasó
inmediatamente después lo percibí como si de un time-lipse se tratara; varios y
diferentes sucesos se solapaban a gran velocidad sin casi ni si quiera darme
cuenta de lo que estaba ocurriendo. Los conflictos a veces aparecen así, de
repente y se llevan con ellos innumerables pérdidas. Era como si nuestros ojos
no pudieran distinguir toda esa sucesión de acontecimientos degradantes y eso,
por lo tanto, estaba implicando consecutivamente que fuéramos incapaces de detener
aquel bucle en el que nos habíamos metido. Simultáneamente recurríamos a
palabras malsonante y a expresiones de desprecio que se iban acumulando en la
habitación intuyendo que no sabríamos qué hacer con ellas más tarde. En algún
momento de aquella penosa escena, nos miramos con tal desprecio que nos sentimos
derrotados. El silencio no tardó en llegar. Ansié de inmediato acercarme a
Thomas, abrazarle, pero me quedé a unos 20 centímetros de su espalda intentando
relajarme con ese olor que tanto adoro. Si hay algo que nos diferencia es
nuestra capacidad para resolver los conflictos; él paciente y reflexivo y yo impulsiva y resolutiva. Incapaz de darse
la vuelta y mirarme a la cara, Thomas señaló lo necesario que era descansar. Al
escuchar esas palabras logré encontrar algo de sensatez entre la maraña de sensaciones
que me tenían el cuerpo agarrotado. Recordaba que cuando sentimos una emoción
muy intensa generalmente recurrimos a utilizar el lenguaje para poder librarnos
de ella y esa había sido la mala estrategia que se nos había ocurrido utilizar.
Supuse que el mundo no se acababa ahí. Tras esos pensamientos, conseguí cerrar
los ojos hasta el día siguiente. Durante la noche soñé con un sinsentido de
imágenes que se repetían; pájaros enormes volando alrededor de mí, sonidos
vibrantes y estremecedores, hojas que se caían a mucha velocidad de los
árboles, personas que aparecían y desaparecían. Me levanté intranquila y al
mirar el reloj me di cuenta que eran las casi 10 de la mañana. Debíamos despertarnos
de inmediato si queríamos salir pronto al viaje que teníamos pensado.
-
¿Vamos a marcharnos? – pregunté en voz alta, esperando encontrar alguna
respuesta en el universo ya que dudaba que Thomas me estuviera escuchando.
Su negativa hizo que me levantara y empezara a preparar la mochila.
Saqué del armario; cinco camisetas de verano, dos faldas, un vestido y una
sudadera. Abrí el cajón de la mesilla de noche y agarré un puñado de bragas. Lo
coloqué todo en fila encima de la cama deshecha con Thomas dentro. Conté las
bragas, eran 6, no son suficientes, pensé, así que metí otro puñado de ellas ya que era no sabría de manera exacta cuántos días iba a estar fuera. Comprobé con la mirada un par de
veces aquella hilera de ropa que fui metiendo sin mucho cuidado en el macuto.
Añadí una toalla de la playa, chanclas. Y, por último, metí el neceser que ya
había preparado por la noche. Recordé que ese ritual llevaba conmigo desde los
11 años que empecé a hacerme yo sola la maleta para irme de vacaciones con mi
familia a Cádiz. Repetir aquella secuencia tan particular me alejaba del miedo
y me daba seguridad, contribuía a calmar parte de la ansiedad de no saber cómo
enfrentar lo sucedido hace menos de 8 horas. ¿Estaba pudiendo mi orgullo
conmigo o simplemente quería llamar la atención a Thomas para que se levantara?
¿tenía yo algún interés para ponerle nervioso? ¿pensaba irme de verdad sola al
viaje? Podría, pero en esta ocasión deseaba irme con Thomas.
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