Lo nuestro ya no son polvos en el aire | II
Me siento en el retrete a pensar cuántas son las cosas que he hecho mal y mientras me miro en el espejo que tengo justo delante de mí caigo en la cuenta de que mi carácter ha mejorado con el paso de los años, sin embargo, todavía es evidente esa esencia desgarradora que me cambia la cara, con la que disfruto creyéndome fría y distante. La impertinencia gana sin ninguna duda a la sensatez en esos momentos que aunque van siendo cada vez menos aparecen de vez en cuando. No sé si lograré cambiar eso en algún momento me pregunto mientras dudo de mis capacidades y estrategias personales. En realidad cuando Thomas me pide explicaciones de porqué me comporto de esa manera me rebajo a comentarle que me ha ocurrido desde siempre, como si esa mierda de argumento sirviera para justificarlo. En ocasiones intento averigurar qué pasa, casi nunca llego a una idea clara pero déjame que lo intente de nuevo; es como si de repente creyera que todo el mundo, o en este caso él, está jugando conmigo y la soberbia se instalara firmemente en mí como una armadura del siglo XV. Me vuelvo fría e impertinente, una "vinagre", vamos. No sé si ésta es la mejor manera de describirlo, pero sí la más sencilla de entenderlo. Confieso que por esta razón en muchas ocasiones me ha resultado muy fácil y satisfactorio mandar a la mierda a las personas que tengo cerca. ¿Se puede dejar de ser uno mismo? ¿hasta qué punto es necesario controlar todas y cada una de las emociones? ¿me envenena la insolencia o me da fuerza para seguir entendiéndome? Mientras miro mis rodillas blancas y feas en el espejo puedo dibujar la línea que existe entre el orgullo y la miedo, es tan estrecha que al pensarlo mi espalda cae hacia atrás y siento el frío de la tapa de la baza. Todo esto me revuelve las tripas. Saco como conclusión lo necesaria que es la comunicación, a veces hablar con alguien y mostrarle realmente los fantasmas es duro y requiere esfuerzo, pero también debió costarle a Miguel Ángel estar encerrado durante meses en la capilla Sixtina para poder acabarla. Me levanto y de camino a la habitación donde aún duerme Thomas me doy cuenta de que los problemas pueden llegar a ser nuestro estado natural y le pregunto si quiere hablar de lo sucedido anoche. Thomas, una vez más, haciendo honor a su desagradable vacilación me pregunta: - ¿tú?
- - No pienso forzar ninguna conversación, no voy a obligarte a que me escuches.
Me sentí realmente fuerte tras terminar aquella frase. Me gustó ser sincera y no haber descargado toda la rabia que me da que no sea capaz de contestar a una pregunta en un principio tan simple como la que le acabo de describir. Hubiera sido peor haberle mandado a la mierda aunque me hubiera quedado conforme.
Desde la cocina mientras limpio sin muchas ganas la cafetera oigo el sonido de la Jazzmaster, una guitarra incomprendida por los músicos de jazz que dejó de producirse en la década de los años 70 y que ahora suena en mi casa a alto decibelios. El sonido meloso de esta Fender que Thomas golpea a ritmo de blue Grass y que en el barrio ya es conocida por el vecindario, se volvió a utilizar gracias a Robert Smith y Bilinda, de los My Bloody. Tras sacar rápido del tostador los trozos de pan que queman sin que caigan al suelo los coloco en dos platos. Abro la ventana y el aire fresco de la mañana me da en la cara, me incomoda un poco y me siento en el suelo de la cocina, justo debajo de la ventana a esperar que salga el café. En la calle se escucha jaleo y el ruido de la ciudad se mezcla con los acordes de la guitarra y puedo llegar a percibir una extraña sensación de agradecimiento y tranquilidad. Cuando Thomas toca es como si todo estuviera bien. Solo somos un grano de arena en el mundo pienso mientras no puedo dejar de compararme con otras mujeres. Me siento banal e idiota por darle tanto significado a esto. Así que allí estaba yo, sola como una imbécil, sentada en el frío suelo de la cocina disfrutando una vez más de la música que hace Thomas.
Escucho unos pies acercarse a la cocina y por segundos interminables
hubiera preferido que no hubiera salido hoy de la habitación. Llega a la cocina y al sentarse veo sus intenciones de hablar. En la
mesa dos tostadas con aguacate y tomate, un vaso de zumo de naranja y dos cafés
ardiendo en tazas de porcelana. Ese era el escenario perfecto para que
pudiéramos tratar el suceso grotesco y mezquino vivido anoche. Un episodio que pasó a formar
parte de nuestro imaginario juntos, algo que no volver a repetir. Había sido la primera vez que no habíamos
sabido gestionar previamente aquella tensión acumulada de ira y frustración. La
rabia controlada puede que nos permita atajar ciertos conflictos, o puede retrasarlos e intensificarlos, pero la rabia comprendida nos da las alas que
necesitamos para seguir entendiéndonos en este camino. Controlamos la situación
mucho antes de lo que anoche nos pareció, terminamos por concluir entre sorbos
de café. Es una pena que no vayamos de viaje hoy dice mientras mira cómo el
gato sube a la balda negra que está a punto de romperse. Aunque fuera incapaz
de mirarme a los ojos, supe en ese momento que Thomas quería venir de viaje
conmigo.
- - Pues vayámonos.
- - ¿de verdad?
- - Sí, terminamos de preparar la mochila. Grabamos lo que nos queda
del otro día y nos vamos.
- - ¿en serio?
Nos miramos y confirmamos que ya podíamos desayunar tranquilos.
Me hubiera gustado hacerle alguna pregunta más, pero le veo alejarse tranquilo a la ducha. De la colección de vinilos que están en el salón, apilados con cierto orden, pero sin catalogarlos, decido poner Mítico. Un disco que Betacam saca en 2018, rindiendo pleitesía a la música ochentera que adorna con toques de tecno y sintes. El grupo de las amigas de mi madre se hubieran vuelto locas si escuchan esto con 20 años. En ese año fue cuando decidí quedarme en Santander a vivir. Thomas y yo pasábamos las noches en los bares más míticos de la escena santanderina; Opium, Rubicón, El Ventilador, Niágara… Tras el primer tema titulado ‘reliquias’ que me anima y me despeja rápidamente del malestar, soy consciente del paso del tiempo. Es obvio que nuestra relación -sea cual sea- crece poco a poco. Me levanto y me meto a la ducha con Thomas.
Desayunos de cuarentena. Foto: Paula Cosgaya |
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