Un vals hacia la civilización



Le canto a las mañanas despiadadas, a aquellas en las que el despertador no despierta y solamente excita a los sentidos. 
Le canto a la Alhambra, que sospecha lo que hay detrás de esa sonrisa. ¡Es una maravilla darte los Buenos Días! No pensaba verte tan a menudo, (ella a mí tampoco).
Le canto a esta maldita ciudad, a quien deja historias de abrazos, de esencia, de fragmentos de vida en la parada del C2 (o del C3).
Le canto a tus manos que amenazan con devolverme el anhelo que tenía escondido.
Le canto a las puertas cerradas, a la tenacidad de las casualidades, a las ventanas abiertas.
Le canto a la vida.
Pero al final siempre es él quien me canta a mí, es él quien aparece entre las calles del Sacromonte pidiendo un nuevo Vals Vienés.

Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar
violín y sepulcro, las cintas del mar.
Federico García Lorca,
Pequeño Vals Vienés en  Poeta en Nueva York, 1930.




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