Habitación 101





Llegaron a esa habitación pasada la media noche y para ellos aún la noche no había empezado.  Sus cuerpos se acercaron como buscando la otra mitad, esa conexión que traspasa más allá de la fluidez de las palabras. Sus cuerpos, tan perfectos como desiguales, tan reales como asimétricos, se acoplaban como si se conocieran de haber compartido muchas horas de cama (o de sueños). Sus cuerpos se demandaban tanto que se impedían salir el uno del otro. El mundo podía espiar sus idas y venidas a los rincones secretos del cielo, podía imaginar lo que hacen cuando les da por volar. 

Era una puerta marrón de madera bastante fina la que les separaba del resto del mundo. Quizá ese mundo, que para ellos estaba quedando en el olvido, pudo escuchar alguna de las canciones, suspiros y gemidos que les  llevaron a tocar el cielo, pero ellos solo estaban sumergidos en tocarse la piel con las palabras. Se besaban, se acariciaban, se mordían, se hacían daño, y se pedían perdón con más besos, más estrujones y más mordiscos.
Él posa su cabeza en el vientre de ella y comienza la celebración de la muerte del despertador. Las horas pasan, apenas se miran pero se sienten, se sienten más que nunca.

Con toda palabra
con toda sonrisa
con toda mirada
con toda caricia
me acerco al agua
bebiendo tu beso
la luz de tu cara
la luz de tu cuerpo

Y es ruego el quererte
es canto de mudo
mirada de ciego
secreto desnudo
me entrego a tus brazos
con miedo y con calma
y un ruego en la boca
y un ruego en el alma. 




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