Déjame tus ojos y vete.



Y te miro como si no te conociera, como si ayer nos hubiéramos encontrado por casualidad en la esquina de la farmacia de mi barrio. Como si fueras de esos que se quedan en la barra y nunca baila nada. Como si no supiera tu nombre. No alcanzo a sospechar qué es lo que va a pasar a partir de ahora. Antes... sí, hubo un ‘antes’ pero el ‘ahora’ ya no existe. Se paró el tiempo como se pararon las emociones recíprocas, como se olvidó el odio. Un odio que a veces nos hacía sentir vivos y al fin y al cabo ser parte del otro. Últimamente cuento las horas y suman un total de 15.784 horas, 3568 más que el año pasado que estábamos a 3000 kilómetros. Y tú, me miras y me dices que me echas de menos. Y estamos frente a frente y me viene todo de repente, amistades peligrosas, amores imposibles, perros callejeros, mantis religiosa, bichos raros, cadena perpetua, jaulas sin grillos y grillos sin jaula. Yo echo de menos tu cuerpo, la tranquilidad de ser yo misma, echo de menos los mimos, las ganas, el deseo. Y tus ojos con los míos, los míos con los tuyos. Y ya no hay nada entre ambos. Y siento el frío de los barrotes en mis dedos y me ahogo por dentro. Te miro y solo veo tus ojos y en ellos me quedo. 
Tus ojos es solo eso lo que me llevo. 
Cojo tus ojos que son los que me hacen ser 'quién soy' y te dejo, me olvido de ti, de nosotros, de todo.


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