Las persianas mejor cerradas...



Últimamente ella desayuna en la terraza. Lleva días trabajando en ella, buscando maneras de añadir colores y olores en esta casa sin vida. Ha colocado flores rojas, moradas y amarillas, y más de la mitad de las plantas forman parte de muchas comidas mediterráneas que aderezan las cenas. La terraza es una divulgación de sí misma para todos los vecinos del barrio pero ellos sólo se quedan  con la apariencia y lo prefiere. Siempre ha sido más de decir quién es con gestos que con palabras. Algunos se empeñan en que las tres locas que viven en esa casa, llamen s a las cosas por su nombre. Ellas tercas, mediterráneas y matriarcales aunan fuerzas en vivir en su terraza de 1 metro cuadrado, fuere como fuere para el resto del mundo. 

Se saca el desayuno en una bandeja de colores que se compró nada más llegar a esta casa sin colores, sin alma. No estamos en fin de semana. Hoy es jueves pero es jueves de fiesta. De Corpus, de Taranta, de feria, de rebujito y de muchas sevillanas. Nunca falta la gran taza de café. Ella es de esas personas para las que la cafeína es una de sus necesidades básicas. Se ha hecho un pequeño zumo con las pocas naranjas que le quedan de las cajas Valencianas pero que llegan desde Cantabria con mucho amor.  Dos tostadas acompañadas con un tomate ecológico que compra en la tienda de debajo de su casa, creyendo que vienen de Güejar Sierra y una buena casualidad de la noche anterior hacen que empiece el día con una sonrisa.

La mañana comienza a despertarse, no hay nadie por la calle y esa tranquilidad le da paz. Una paz que sólo en los días que el despertador no suena parece disfrutar. Su cabeza y sus inquietudes no le dejan  'simplemente' estar. Aparecen los primeros habitantes del barrio, la mayoría va en busca de pan y algo rico que ponerle encima. Y mientras todo el mundo termina sus compras, ella piensa en los puntos en común, en las casualidades y principalmente en las diferencias. ¿Cuáles fueron las diferencias que rompieron todo esto? ¿Fueron para tanto? Las diferencias nos hacen grandes se empeña en decirse a sí misma, lo dice hasta en voz alta buscando la serenidad y la credibilidad de su pensamiento, a veces tan lejos de la realidad en la que vive. 

Un sonido un tanto ruidoso la despierta de su pensamiento. Alguien acaba de despertarse y ha levantado la persiana. Un vecino, poco madrugador, al que aún le molesta la luz del sol, ya que solo la levanta hasta la mitad. Ella no puede ver sus ojos, ni su cara, solo parte de sus brazos, parecen ser fuertes y grandes. Lleva una camiseta de color azul oscuro con unas franjas blancas al final de las mangas cortas. El sol toca su ventana como buscando la manera de despertarle. Ella solo divisa gestos, y su calma de la mañana. Uno de esos gestos la desconcierta, no puede parar de mirarlo. Es como si hubiera vuelto él de repente, como si se amontonaran 3.876 recuerdos en la cabeza y quisieran atropellarla. Son tantos y todo en un gesto. El vecino se mantiene firme en la ventana, tiene el brazo derecho estirado y con el izquierdo se toca la piel del codo. Ella se imagina su  piel llena de puntitos, es una piel flácida y relajada. Él con movimientos semicirculares en su codo intenta quitarlos. Esa piel que ha tocado tanto en mañanas como éstas, en las que ni el sol es capaz de sacarte de sacar(nos) de la cama. Esa piel, suave, áspera, tersa y blanda, esa piel, que como él, puede ser tantas cosas y todo a la misma vez.
Solo es un gesto, un maldito gesto que le hace tener(te) todo el día en la cabeza. Y tú sabiendo que el silencio es la única manera de poder curar las heridas. Y ella pensando en que el vecino no suba nunca esa persiana del todo, a no ser que seas tú quien esté  despertándose detrás de ella.  

Ella sigue inmersa en su pensamiento, entre tragos de café y mordiscos de aires freso de la mañana. Se excusa pensando que la media vida compartida llega a veces en gestos, olores o miradas ajenas pero que las persianas mejor cerradas.

Termina el desayuno, el día comienza y algo dentro de ella está muriendo.





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