Sociología de los líquidos
Recuerdo
perfectamente la primera vez que le vi. Atravesaba esa enorme sala de un lado a
otro. Yo quería sin duda alguna estar allí pero dudaba de que fuera mi lugar. El
salón estaba lleno de gente. Gente de todas las edades, de todas las clases
sociales, con rulos y con mucha gomina, con oros y sin ‘aposentos’, con todo
tipo de periódicos en la mano pero al fin y al cabo todos llevábamos esperando desde
las 5 p.m a que abrieran la puerta. Cuando llegamos había una cola enorme que
giraba por las Caballerizas Reales. Era una tarde sombría y densa, de esas
típicas de verano santanderino. Yo no sabía muy bien quién era aquel hombre.
Estudié una de sus obras en la Universidad. Antes de que dijiera las priemeras palabras, en mi cabeza aparecían trozos de ‘Los retos de la educación en la modernidad líquida’. Me venían imágenes de cómo me inundó ese día en el autobús de camino a Bilbao. Su
forma de describir, su rara manera de entender el mundo, rara pero solemne, y
sólo rara porque pocos se habían dignado a hablar así de lo que hoy por hoy
vivimos o, pero aún, somos. En la sala más grande de caballerizas, allí donde Amanda y yo habíamos
hecho un concurso de latín y griego en un año de bachiller que apenas íbamos a
clase, yo imaginaba a Lorca. Le imaginaba dando vueltas, preparando los últimos detalles antes
de que salieran a escena. Yendo de un lado para otro, paseando por la vertiente
sur de la península de la Magdalena buscando a aquel muchacho de ojos verdes
que se pasó observando durante la cena de después del estreno de Fuenteovejuna aquel verano tan cálido del 33. ¿Qué hacía Lorca ahora en mi cabeza? El cerebro
siempre sabe escabullirse cuando está una nerviosa.
Allí
estábamos todo sentados, nerviosos, como un primer día de clase, decidiendo si
preguntar aquello que para la profesora de sociología aún seguía sin tener respuesta.
Era polaco. ¿Cómo le iba a preguntar? No tengo ni idea de polaco y con mi
inglés es casi preferible que lo intente en polaco. Justo ese último verano
había hecho un interrail con mi hermana
y Dimitri por Polonia. La primera vez que viajamos a Cracovia fue tan
alucinante que quisimos saber si toda Polonia era así. Lo confirmamos, lo era.
¿Sería él tan sorprendente como su país de origen? ¿Dónde viviría? No sabía
dónde vivía, ni siquiera cuántos libros había escrito, lo que tenía muy claro
es que era judío. Dimitri se había encargado de repetírmelo alguna que otra vez
durante la larga cola de esta tarde. Dimitri y su pasión por el judaísmo. ¿De
dónde vendría? Mi madre miraba a todos lados, estaba inquieta. Muchos de los
allí presentes tenían unos cartelitos con sus nombres que les colgaban del
cuello. Nosotros no. ¿Qué hacíamos allí? Nosotros no éramos de ellos.
¿Podríamos preguntar?
Justo
el segundo antes de que se dispusiera a decir una sola palabra mire a mi
derecha, Amanda y yo hicimos simultáneamente un suspiro de ‘ya está, todo
empieza’, como cuando uno termina de ver una obra maestra, una película de esas
que te agarran por dentro y lo único que comunica es tu cuerpo. Mire a mi
izquierda, Dimitri y yo nos sonreímos. Habían sido tantas las charlas, conversaciones e
incluso cabreos sobre la mierda de mundo en el que vivimos que confiábamos
plenamente en que ese hombre flacucho, canoso, viejo y que chapurreaba el
español, que estaba justo ahí sentado en mitad del escenario, nos iba a dar al fin las respuestas.
Tanto él como yo conocíamos parte de su obra, ambos gracias a profesores abertzales
que nos habían abierto la mente pero cerrado las fronteras, pero lo que no
sabíamos era exactamente quién era él. La noche antes Dimitri y yo compartíamos
unas cervezas, en ese bar de Hernán Cortés que tantos sábados nos había visto
tener todo tipo de conversaciones adecuadas e inadecuadas, buscando opciones al
curso que se nos anteponía. Yo tenía muy claro que regresaría con él a Granada,
él no tenía tan claro que yo lo estuviera. Volvimos a camuflar una de sus obras
en nuestras vidas llegando a la conclusión de que nuestro amor no era líquido
aunque viviéramos en esta modernidad líquida.
Y
de pronto él comenzó a hablar y toda la sala se quedó en silencio. Aún ni
Dimitri ni yo sabemos hasta quién es ese hombre pero hace de nuestras
tesis un 'buen trabajo'.
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