Antes de meterse en la cama y aún con las luces encendidas Thomas se quita el pantalón fuera de la furgoneta, lo dobla sin mucho esmero y lo deja en el cajón de madera que está debajo del colchón. Pienso: << me gusta tanto verle desvestirse que quiero hacer retroceder el tiempo y repetirlo las veces que quiera>> Sería tan raro pedirle que se vistiera de nuevo que lo omito y hago una mueca que queriendo ser invisible se hace notable en el pequeño espacio que hay. Thomas me pregunta lo que estaba pensando y dada mi poca habilidad para mentir no me queda otra opción que decirle la verdad. Estás loca me dice, pero para mi sorpresa recoge los pantalones, se los sube, ata los botones y al acabar me mira buscando una aprobación, se van cayendo hasta que se quedan por la rodilla y nos miramos. En ese instante me incorporé para no perderme nada de aquella estampa, sería absurdo desaprovechar cualquier falta de visión. La grabé en mi cabeza por si no se volvía a repetir. Segundos después atravesó la cama, semidesnudo y se sitúo a mi lado, bocarriba miraba al techo con la mirada perdida, disfrutando de unos minutos de completa abstracción. Me quedé en silencio, imaginando que se sentía ridículo por haber cedido a mi demanda, seguí esperando a que volviera cuando quisiera. Los nervios que tenía por esa primera noche, me hicieron a recordar lo fácil que es dormir a su lado. Entre cantos de pájaros y el movimiento de las hojas de los árboles que se escuchan por la rendija de las ventanas oí entre balbuceos que está recordando momentos del viaje como el que me bajé a mear entre los pocos arbustos que había en la salida de la autovía nada más haber pasado la frontera o cómo pretendo hablar con todo el mundo sin saber cinco palabras seguidas de francés. Las conversaciones de aquella noche divagan entre esos y más recuerdos absurdos de la noche santanderina. Al rato, le pregunté a Thomas si podía apagar las luces, me confirma que sí y me tumbo cerca suyo, pero sin tocarle. Le siento a tientas buscar algo, pero hago como que no tiene importancia e intento tranquilizarme, mantengo los ojos cerrados y respiro profundo. Siento cómo se acerca sutilmente a mí y aunque sigue mirando al techo gris de la furgoneta, siento su brazo ardiendo rozando mi espalda. Pensé: "no se habrá dado cuenta de que es mi espalda, pero en cuanto me mueva un poco comprenderá el error y volverá a su posición natural".
Enseguida sentí cómo se tropezaba con mi camiseta y llegó a trasmitirme su calor al instante con un solo roce. Dejé que continuara con los acercamientos, he de que reconocer que me gusta mucho que él me busque, me roce y me acaricie como si no quisiera. No logré esperar mucho y conseguí darme la vuelta, al aproximarme tan pegada a él mi nariz se posó en su tripa y mis labios, sin pensarlo, le besaron. Liberó su brazo derecho y lo puso alrededor de mí, me abrazó intensamente. Aquella primera noche empezó como acaban los mejores polvos, pero nosotros no quisimos hacerlo, sin embargo, con ese abrazo nos lo dimos todo. No hay duda de que me debí dormir inmediatamente, pues la siguiente vez que abrí los párpados Thomas daba pequeños golpes con los pies en la cama como si estuviera haciendo una canción en su cabeza. La luz aún era tenue, pero ya se dejaban ver pequeños rayos de sol por los huecos de las persianas. Llegué a adivinar que eran poco más de las seis de la mañana cuando Thomas se levantó, cogió la guitarra que había dejado en los asientos de delante. Dejó la puerta trasera abierta y antes de sentarse en el borde de la furgoneta se puso la camiseta negra que se había quedado tirada en el colchón, cogió la guitarra posada en el suelo y empezó a componer. Tumbada en la cama veo su espalda, el mástil de la guitarra y parte del viñedo con una luz dorada que me hace cerrar los ojos. Me acerco por detrás despacio con los ojos casi cerrados y poso mis labios sin casi rozarle en mitad de la espalda. Vuelvo para atrás, sin que él se haya dado girado, me tumbo de nuevo. El sonido de la guitarra me envuelve, me giro con la tranquilidad de un bebé y me vuelvo a dormir.
Siempre fuimos de polvos en el aire y en esta aventura hemos decidido darnos todo el amor que tenemos acumulado.
|
Bob Dylan y Suze Rotolo, 1962. |
Comentarios
Publicar un comentario