Los inquilinos | II

Me ha vuelto a llamar para repetirle por tercer vez la hora a la que habíamos quedado. En cada una de esas llamadas insisto en que le aviso cuando salga de casa. La paciencia que tengo nunca deja de sorprenderme. De su casa a la mía tardo 17 minutos. Normalmente suelo invertir algo más, porque no soy excesivamente cuadriculada. Le doy unos minutos de tregua y aún así siempre llega tarde. Siempre. Thomas tiene la gran habilidad de llegar tarde a todos lados. Es como si no viera las consecuencias de vivir con retraso. A veces creo que simplemente le gusta que la gente esté pendiente, que le espere o comprobar hasta qué punto, yo, personalmente, soy capaz de no enfadarme. Hemos quedado en la esquina de su casa. Llegué 5 minutos tarde. Quería no enfadarme mucho el primer día del viaje, así que me siento a esperar en el escalón de piedra. Escribo a Naim y me relajo. Las despedidas no se me dan muy bien. Bueno, realmente no creo en ellas. Pienso varias veces qué decirle, cómo explicarle que me va a costar no estar tan presente estos días. Quiero decirle que espero sus mensajes con ansia, pero que me limito para no cansarme. No quiero decirle que eso es lo que me suele pasar. Aunque creo que Naim es suficientemente inteligente para no hacer que me aburra. Pocas palabras hacen falta para que Naim me entienda. Asi que me lanzo. No lo pienso mucho. Escojo dos o tres palabras. Al final, termino mandándole mando un gif. 

En la calle no pasa mucha gente pero la suficiente para quejarse de lo mal que está aparcada la furgoneta. En la espera, además, añado un par de canciones más a la lista de reproducción. Realmente me enfada mucho que me haga esperar tanto. Seguro que está escuchando un último tema. Repitiéndolo y repitiéndolo. Siempre necesita más. Llevo esperando más de 13 minutos. Intuyo que él también esté nervioso. Al poco rato Naim me contesta con otro gif. Me hace gracia. Sonrío. Es imbécil, pienso. Al ver a Thomas cruzar la acera ya se me ha olvidado que odio esperarle. Está guapísimo. Trae una sudadera gris que me vuelve loca. 

Al llegar, Thomas mira el maletero y se asusta de todo lo que hay. Vamos a vivir en la furgoneta durante quince días. ¡Claro que tenemos que llevar cosas! Es la primera vez que viajamos juntos en la furgo. Todo esto es un reto por varias razones. Principalmente, por el tiempo, por el espacio y porque hemos decidido centrarnos en nosotros, conscientemente y eso nos asusta. Mucho. Dejar durante un rato a las otras personas con las que compartimos fluídos, angustias y rutinas. Será todo un reto este viaje y, a la vez, nos encantan. Thomas insiste en que vayamos por carreteras nacionales. Dice que no tenemos prisa y que de esa manera podremos conocer más pueblos y pararnos donde queramos. No creo que vaya a ser una buena idea, pero acepto. 
Sin llegar a veces a hablarlo directamente, Thomas y yo llegamos a compensar nuestras faltas. No todas, claro está. Durante los dos años y medio en los que nos acompañamos hemos aprendido a ceder los espacios a otros cuerpos a los que también amamos y necesitamos para mirarnos a nosotros mismos y en conjunto. Thomas nunca ha sido un adversario para mí. Gracias a Thomas he aprendido a ver los enemigos que tengo dentro de mí. Y ha sido una gran decisión elegir a Thomas para defenderme de ellos. Él me acompaña a veces en silencio, otras veces hace música con ellos y otras, como ahora mismo en la furgoneta, solo es capaz de pinchar música de otros. Tengo la sensación de que caminamos sin rumbo aunque en el gps ponga que llegaremos a Salies de Bearn en 2 horas y 56 minutos. No sé si estamos caminando sin rumbo, pero por el momento pensamos en llegar con todo esto a algún lado. 

El acoplamiento entre Thomas y yo fue fácil porque se dio de casualidad cuando regresé al norte. Nos fuimos adaptando. Nuestro nivel de entendimiento era considerado por los expertos como algo sobrehumano y resistente a la vez. Una puta maravilla, vamos. Sin nombrar nada, fui trayendo mis otras relaciones hacia Thomas. Vivíamos en una constante complicidad.  Las aceptó. Ese proceso no fue tan sencillo como el querernos a dos. Tendríamos que compartirnos. En algún momento, me pilló desprevenida las personas que también entraban a jugar el partido. Me dí cuenta de que con Thomas no tenía todo controlado, pero eso en parte fue lo que me atrajo. Me reté. Y aquí seguimos, en el campo de juego. 
Desear a alguien es fascinante y extremandamente íntimo. Desear a alguien nuevo se vuelve peligroso porque aparece la competetividad y aparecen términos propios de mercado que intento destruir. Las inseguridades salen disparadas como el agua del grifo que tapas cuando eres pequeño y exploras sensaciones diferentes. Desear a Naim es nuevo, excitante y perturbador a la vez. Deseo a Naim y no ha sido sencillo de reconocer. En sí, Naim no es fácil y de ahí parte el deseo. Todo se ha vuelto más apasionante y palpable desde hace varios días. Lo deseo y ahora no voy a poder verlo en quince días. Thomas desconoce esto que pasa. Al menos no lo hemos hablado claramente. La semana pasada, me quedé en su casa para organizar los preparativos del viaje. Esa fue la excusa porque estaba todo ya organizado. Le deseaba tanto como deseo ahora a Naim. Antes de cenar, abro el móvil y tengo un mensaje que llama más la atención que los demás. La cara de tonta que se me quedó fue visible y mi sonrisa le hizo preguntar a Thomas sobre lo que estaba pasando por mi móvil. Nada, dije. Mentí. No me gusta ocultar nada a Thomas. No creo en las mentiras como no creo en las despedidas. Thomas no insiste porque confía en mí. La confianza existente entre ambos es tan perfecta que me niego a mentirle. Naim que dice que me echa de menos, termino contándole. No pasa nada más hasta que se acaba el vinilo. Pon la cara B, por favor, me dice. Lo hago. Han sido varios minutos pero he sentido el puto abismo. No quiero mentir a Thomas. Hacemos grandes cosas juntos. Me propongo hablar con él en el viaje. 

Joder, me meo muchísimo. Es que siempre termina pasándome lo mismo. Me quedo ensimismada en mis pensamientos. Paro en el primer área de servicio que encuentro. Menos mal que aún me quedan de los Pipi Pappe que me regaló mi hermana. Mear de pie me sigue pareciendo muy extraño aunque he de decir que cada vez me gusta más. Al saber Thomas que voy a mear de pie me mira con una cara de compungido que me excita tanto que mear me produce mucha más satisfacción. Me tiembla el cuerpo y no puedo dejar de mear. El sol me pega en la espalda. Me acaloro rápidamente. Al terminar, camino lento hacia la furgoneta disfrutando del calor que ahora tengo por todo el cuerpo. El cambio climático ha llevado que a 24 de mayo tenga la sensación de estar en pleno verano. Por el camino pienso en Naim. Me lo imagino tumbado, apoyado en la cama leyendo. Quizá no sólo esté leyendo. No pienso escribirle. Por el momento no. Quizá dentro de un rato. Bueno, luego le escribo. Thomas me mira desde la ventana. Se le ha quitado un poco esa cara de vergüenza que tenía y ahora me mira. Voy bailando entre tanta piedra y arena. Me muevo de manera absurda y ridícula para que ponga otra vez esa cara de compungido. De mientras le hago un gesto para que baje la ventanilla. Me mira con ganas de que pare. No le hago caso. A 10 centímetros suyos bailo de manera lo menos sexy posible delante de la ventana. Qué haces, anda. Sube, me dice. Hago que no le escucho y sigo bailando. Me apoyo en la ventanilla y le digo: 

- Vamos a ir un poco más adelante y voy a follarte. 

Me subo. Durante los pocos metros de distancia que nos separan de los dos coches que están en el área de servicio hay un silencio precioso en la furgoneta. Paro. Thomas está excitado. Se toca. Thomas se baja para entrar desde atrás. Yo cruzo a través de los asientos. En algunas ocasiones ser pequeña compensa. 
Apenas dejo que cierre la puerta cuando le agarro de la camiseta azul que lleva. Le hago sentarse en la cama. Le agarro la nuca y le acarició fuertemente el pelo. Le beso y le muerdo el labio. Se quita la sudadera. Hace mucho calor dentro de la furgoneta. Se baja el pantalón negro que lleva. Lo hace tan rápido que se traba. Me hace gracia. Le sigo besando. Le miro cómo se entretiene con los bajos del pantalón y sonrío. No era la mejor opción para un polvo rápido me explica. Pero te hacen un culo guapísimo le informo. Ya sé que te encantan estos pantalones. Me excita tanto que haya querido ponérselos el primer día del viaje que le arranco los boxers negros que lleva. Mi boca se acerca a él. Me encantan lo fácil que es follar cuando llevo vestido en primavera. Pienso en lo bien que nos entendemos e inmediatamente me coloco encima de él. Me pego a su cuerpo como si no quisiera separarme nunca. Nunca suele ser un rato. Me agarra fuerte la espalda y me deja los dedos clavados. Nos morimos por momentos. Respiramos tan fuerte que me imagino que los viajeros están atentos a nuestros gemidos. 

Al acabar, seguimos el viaje con una sonrisa. Thomas apoya los pies en la guantera. Está descalzo. Me fijo en sus pies largos, las rodillas semi dobladas y no hace falta que diga nada para percibir que está tranquilo. Voy a poner un temazo, me dice orgulloso. Suena Quantic. Me mira satisfecho, yo con una mirada le contesto ilusionada. Puta conexión. Aún me tiembla todo el cuerpo. Amo tanto a Thomas que nunca podría pensar en atarlo. El compromiso de acompañarnos no implica no vincularse a otras personas. Thomas desea a otras personas, como yo deseo ahora a  Naim. Estoy casi segura de que la intensidad e intimidad con la que deseo a Naim va a suponer refuerzos en la relación con Thomas, como así espero yo serlo para las relaciones que tenga Naim o los ecos que le llegan desde Marina. No nos atamos a ninguna categoría, aunque nuestros amigos nos la demanden. No estamos seguros de que lo entendieran. Pocas personas logran comprender la amplitud del amor que sentimos. Quizá, por eso a veces elegimos, conscientemente, aislarnos durante quince días en una furgoneta. Amarnos fuerte para amar bonito a los demás. 
No sé si estoy preparada para explicarle a Thomas quién es Naim, pero me he prometido encontrar las palabras en estos quince días. 


Paula Cosgaya Carremo 

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