Contemplar | Del latín contemplār

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Una vez aparcados ya en Salies de Béarn me doy cuenta de que hay mosquito muerto en la luna del coche. Alrededor de éste hay algunos más; de diferentes colores, tamaños, aplastados de maneras distintas, sin embargo, es éste el que llama más la atención que los demás. Parece ser que solo a mí me ha causado interés esta panorámica porque Thomas se está haciendo un cigarrillo en la calle.  ¿Qué es lo que realmente me atrae de esta imagen? ¿Por qué no puedo dejar de imaginar las posibles maneras en la que ha muerto este bicho tan diminuto? ¿por qué ese y no los demás?  

La muerte de aquel insecto ha tenido que ser inesperada, feroz y violenta pienso mientras observo a Thomas hacer pequeños estiramientos, y, aunque debería dejar de estar pensando en la muerte de ese minúsculo insecto y salir en busca de Thomas para intentar estirar un poco el cuerpo, el cual siento entumecido después de las casi 4 horas conduciendo por carreteras secundarias, me quedo absorta en cómo la sangre, negra y seca ha salpicado el cristal. Los tres palmos que nos separan a ese mosquito y a mí parecen no ser suficientes y me acerco al salpicadero como si quisiera investigar cuál ha sido la causa de aquel suceso. Con esa misma actitud de seguridad y tranquilidad quiero acercarme a Thomas en este viaje, pienso mientras siento el calor del volante en el pecho y me siento capaz de hacerlo, pero aquella sensación sólo dura un par de minutos. Thomas da un golpe suave en la ventana del copiloto y me mira, levanta los hombros al mismo tiempo que mueve las cejas hacia arriba intentando averiguar por qué no salgo del coche. Me hace una mueca graciosa a la que contesto con una sonrisa.  ¿Por qué me llama tanto la atención Thomas? ¿qué es lo que realmente me atrae de Thomas? ¿Por qué me gusta tanto? ¿por qué me siento tan capaz de hacer cualquier cosa con él? 

Le miro dos veces seguidas intentando procurar información nueva y me doy cuenta de que el habitual aspecto despreocupado y dejado de Thomas con el que pretende pasar desapercibido lo que intenta mostrar es símbolo de autenticidad. La camisa color pastel que lleva hace visible su manía con los colores, las formas y la ropa. Si algo característico de Thomas es que tiene muchas, diferentes y pequeñas (aunque no todas) manías que le hacen un tanto peculiar. Quizá es eso lo que me llama la atención. De rasgos, características y manías versaba una conversación hace unos meses en la que me recriminó y cito textualmente << No llegaremos a mucho más, hija, porque a ti te gustan estirados, intelectuales y elegantes>>. Me cuesta comprender que Thomas en estos casi dos años no haya entendido aún que los prototipos no existen, o al menos que yo no creo en ellos. Mi lado más irracional entiende, al mirar por la ventanilla cómo se tropieza con algo del suelo, que Thomas me atrae por aquello que no tiene o por aquello que yo todavía no he averiguado. Me detengo de nuevo en aquel mosquito y entiendo que hay un nexo de unión entre aquel mosquito y Thomas; llaman la atención sobre los demás. Realmente me asusta esta comparativa porque Thomas no está muerto, para nada, no por ahora, aunque él también a veces quiera saltar por la ventana. Compruebo que siga vivo y observo cómo camina de un lado para otro, echando literalmente humo por la boca, esperando a que salga de la furgoneta. Parece impaciente y ansioso, pero se entretiene haciendo fotos con el móvil en el puente que cruza el río. El termómetro del coche marca 21 grados, el indicador de la gasolina está por la mitad, espero a que acabe Sweet surrender de Tim Buckley y de mientras aprovecho para pensar ligeramente en las miradas intensas de Naim. Tengo una extraña sensación de calma por momentos, aunque es tan ligera que me abandona al momento de acordarme que he de explicarle a Thomas quién es Naim y cómo quiero que esté en mi vida. La decisión de procrastinar tal situación me satisface muchísimo tanto que me hace sacar un suspiro largo que siento al instante una sensación alivio. Durante el viaje por las autovías de peaje del País Vasco me he convencido de que la única opción es esperar unos días para comprobar el grado de efímero y circunstancial que puede ser Naim. Aún no es el momento, acabamos de llegar, es la primera etapa de nuestro viaje y hoy lo único que deseo es celebrar, lo que sea, pero celebrar. Pienso en proponerle un brindis a Thomas en el que solo diga “porque estamos aquí”. Este viaje surgió de manera tan rápida e inesperada como la muerte de aquel ser diminuto seco y descolorido. 

De hecho, es curioso que estemos en Francia, la idea principal era coger un avión para marcharnos lejos y, sin embargo, al cabo de dos cervezas, se transformó en un viaje sin destino fijo en el que cruzar la frontera solo nos iba a llevar poco más de dos horas en coche. La mañana en la que Thomas me propuso que nos fuéramos de viaje estaba a punto de entrar a una de mis sesiones favoritas. Eran las 9 de la mañana de un viernes cualquiera y hacía un sol que me impedía abrir bien los ojos. La apatía y flojera que acompañan a Thomas me hacían no creerlo, por lo que no puse mucha ilusión en sus palabras. Al salir del trabajo y percibir la insistencia de Thomas en sus siguientes 9 mensajes, acompañados de enlaces con posibles destinos me picó la curiosidad de saber qué habría pasado para que Thomas estuviera utilizando tanta energía en aquella idea. Sin embargo, lo único que pude proponer fue una cita para vernos y decidir concretamente cuál sería nuestro destino. Lo único que le pedí a Thomas fue que no se arrepintiera. Durante aquel viernes tuve dos emociones intensas que se solapaban; en primer lugar, la sorpresa de que, a pesar de no confiar mucho en Thomas, había logrado depositar más ilusión de la que yo era capaz de limitar. Como contrapunto, parecía tener la certeza de que esas maletas no llegarían a hacerse nunca. Esos pensamientos se venían intermitentes y espontáneos a mi cabeza llegando a tener la sensación de estar viviendo en un sueño y que, al acabar el día todo se desvanecería. Esta vez me confundí, a los dos días estábamos hablando con Catherine, la señora del viñedo donde dormiremos esta noche.

Cojo el móvil de la guantera y repaso los datos que me ha dejado la mujer en el correo electrónico, el check in lo podemos hacer hasta las 19h. El viñedo de Catherine tiene una hectárea en el que producen un vino ecológico sin sulfitos desde 2001. En la página web hay una pequeña descripción del lugar que dice que la casa enorme y de piedra en la que vive esta pareja de jubilados es del siglo XVIII. En las fotos se ve el campo lleno de plantas de vid, el jardín con muchas flores de colores, una terraza enorme con una mesa larga y estrecha con sillas alrededor y una parcela, que está al lado de la casa, en la que creo que nos quedaremos nosotros. Tendremos suerte de vivir ahí por unos días. Estoy expectante por pasar la primera noche juntos en el 1,30 m de ancho que tiene la furgoneta. Nos quedan unos pocos kilómetros, pero decidimos pararnos en este pueblo antes de ir, hacer algo de compra, tomar algo y hacer alguna foto que después recordar. El pueblo parece bastante agradable y tranquilo, es justo lo que quería y necesitaba después de este trimestre de locura, sin embargo, sigo sin ser capaz de pisar todavía el suelo francés sigo apoyada en el volante con los brazos cruzados mirando más allá de aquel mosquito muerto. Pongo la mirada en la calle estrecha de piedra en la que nos encontramos. Tiene jardineras con flores de colores a pocos metros unas de otras. El río Saleys queda a nuestra izquierda, de lejos parece tener bastante caudal. Sonrío para dentro al ver a Thomas girar, casi, sobre sí mismo, estallando de las ganas de empezar a andar en busca de un bar donde tomar una cerveza. A punto de salir, alcanzo de la guantera el mapa, donde he apuntado por detrás las dos rutas que podemos hacer: a) hacia Toulouse o b) hacia Burdeos. Se me olvidaba la botella de agua, la recojo del suelo y caigo en la cuenta de que no quiero salir, todavía no. Me regodeo de ver a Thomas deambulando y nervioso de un lado para otro, buscando mi presencia como un niño en el patio de colegio y tengo la tentación de salir justo en el momento en que me mira desbordado, con esos ojos de cordero degollado, pero soy fuerte y logro aguantar. Mis pies se paran antes de comprobar que está poniendo morritos, utilizando, como buen rival, todas las estrategias posibles para ganar a su contrario. Al final, Thomas recurre al viejo truco de perder la paciencia. Abre la puerta del conductor, me mira impaciente y me agarra del brazo y mientras me tira de él suavemente, lo acompaña con palabras que le salen a regañadientes de la boca << cari, sal, anda, que no sé qué estás haciendo. ¿No entiendes que me estoy poniendo nervioso de esperarte? O es que ¿ya te has cansado de mí? ¿prefieres que nos encontremos en el pueblo en un rato? Venga, anda. Dime, qué es lo que quieres. >>. La fluidez y cantidad de preguntas me tentó a callarle la boca con un beso tímido en los labios; pero al final me pareció mejor idea preguntarle si había cogido todas las cosas necesarias para pasar la tarde en el pueblo. Mientras me afirma con la cabeza y me sigue tirando desesperadamente del brazo que por fin logro poner los pies en nuestro primer destino. Me despido del cadáver y cierro fuerte la puerta.

Casi verano, 2020. 



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