C'était un compagnon de voyage...
Ella terminó el café, el tercero de esa
mañana de domingo. Dejó la taza sobre la mesa roja del salón y se acercó a
contemplar el mundo que se despierta a las cinco de la tarde. Alguien extraño
la abraza por detrás, esperaba sinceramente a alguien que calmara su frío. La ciudad últimamente se antoja congelada, con
nieve que no cuaja y que no deja más que los pies y el culo frío pero ni un
solo copo encima de la Alhambra. La abraza cada vez más fuerte, ella siente
por unos segundos que levanta los pies del suelo. Justo el tiempo permitido,
nada más. Tras regresar al suelo se extraña de esos brazos, no alcanza a
sentirlos, no hay razón pero tampoco ilusión. Brazos que le habían arropado
toda la noche, brazos que no sólo tocan, que muerden, que alteran, que juegan, que
envenenan y que enamoran. Siempre le habían gustado los hombres con los brazos fuertes,
con las manos grandes y los pies en la tierra.
Hacía algún tiempo que compartían más que una
cama pero poco conocían el uno del otro. Se pasaban las noches buscándose entre
los recovecos de las sábanas, se dejaban los brindis a medias en las terrazas
de la ciudad. Se escapaban por las mañanas para verse los pocos minutos que
quedaban entre los complicados horarios a encajar. Paseaban de la mano contándole
a la ciudad la historia de un encuentro, poniendo exclamaciones a las
causalidades, a las miradas que se quedaron en países que les dejaron sin
palabras pero con un nuevo lenguaje, con una nueva forma de amar que aún debían
entender. Y mientras ella ponía
interrogantes a todos sus pasos, él la dejaba sin dudas, sin miedos.
Se quedaron en silencio durante unos minutos
que se volvieron horas. Entre ellos siempre había pasado el tiempo mucho más
rápido. Ella estaba segura de que cuando él estaba cerca el tiempo corría
mucho más rápido que para la población normal. Era eso o que él jugara a
adelantar las horas del reloj. Mientras que ella intentaba dar sentido a esa cuestión del tiempo, él la cogió de la cintura, sonaba algo que no entendía
pero que ponía la banda sonora al comienzo de una tarde preciosa y la besó. Ella se alejó
unos centímetros y siguió mirando por una de esas ventanas que tanto le gustan,
pero hoy había algo en ese instante que le alejaba de este lugar. Y si de verdad él
jugaba con el tiempo – se preguntaba de manera incesante en su pequeña cabecita
loca. Mientras cruzaba el estrecho con la mente recordó otra vez esa promesa
que se hizo a sí misma – si de verdad Granada tiene magia, dejaremos que haga
su trabajo-. Granada tiene magia, sí, de eso no cabe duda pero tú tienes la
gran manía de hacerte la zancadilla constantemente. Él rompió el silencio con un – vayamos a la calle
que hace un día precioso-. Ella se giró, le encontró sentado en el sofá. Sofá
en donde hacían sus mejores noches. Te encuentro en el mismo lugar donde te dejé-
le dijo en un tono seco pero curioso. -¿A dónde has ido?- le pregunta sin
esperar a que haya respuesta. Por lo visto había pasado el tiempo, una ducha y un cambio de ropa le habían hecho sospechar. Ella se sienta entre sus piernas, le mira
y reconoce de nuevo esa mirada que le hizo ponerse la zancadilla. Ella lo besa como pudiendo regresar a esa noche que aún se deben y deduce que quizá sea ella la que tiene la capacidad de jugar con el tiempo.
En algún momento fueron les passantes pero ellos prefirieron 'retenerse'.
A la compagne de voyage
Dont les yeux, charmant paysage
Font paraître court le chemin
Qu'on est seul, peut-être, à comprendre
Et qu'on laisse pourtant descendre
Sans avoir effleuré sa main...
Dont les yeux, charmant paysage
Font paraître court le chemin
Qu'on est seul, peut-être, à comprendre
Et qu'on laisse pourtant descendre
Sans avoir effleuré sa main...
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