Poner palabras desde mi coño #lacoñoescritura




Al final todo está relacionado. 
Mis manos tocan el agua. El agua toca mi boca. Mi boca muerde mi brazo. Un brazo que agarra, toca, aprieta, sujeta y duele.

Retorcerse entre la pureza de una misma, que ataca, que se desprende desde y de lo más íntimo, lo más puro, lo más carnívoro. Llevo veintisiete años teniendo una vagina, llevo casi veinte años ‘siendo mujer’[1] y sólo apenas 3 días habité mi cuerpo. Y hoy me paro, lo escucho. Pero todavía no sé cómo interpretar sus alaridos, escucho sus gritos pero no los entiendo. Me niego a sentirme culpable por no haberme detenido antes en él, me invento excusas como que nunca antes había dado señales, me cuento historias sobre las modas, los engaños y el estrés. Intento no caer en la trampa de los disfraces que me he cosido tan apretaos con aguja e hilo, busco los personajes que he ido solapando a mi nombre, deletreo los nombres que me he inventado para dejar de ser yo misma. Me paro, respiro y lo escucho. Mi cuerpo me pide parar, detenerme. 

Mis ojos observan la sangre. La sangre moja mis pies. Pies que tropiezan y caen. Mis rodillas colisionan con el barro. El barro huele a sangre. 

Coño, este coño, mi coño… el coño. 

No pretendo contarme nada que no sepa, solo pretendo escribir lo que no quiero escuchar. Palabras ‘malsonantes’, que gimen, que muerden, que aúllan, que lastiman, que pringan y que sangran.  

Mi cuerpo ha tropezado con el agujero que había entre el asco y la pena, la rabia y la mierda, y desde ahí se ha despojado de todo eso que llevaba dentro. Mi cuerpo lleva haciéndolo muchos meses sin embargo hoy le he dado espacio a que aparezca. 

Cuando la sangre se desordena, mi cuerpo se revuelve, salpica contra todo y contra todos. Se escabulle y me creo pez en las piscinas. En estas aguas turbulentas no nado, huyo y me pierdo.
Cuando la garganta se quebranta deja de expulsar palabras, tropieza con las frases inacabadas, arrastra las preguntas que aún no tienen respuestas, altera los significados y modifica los discursos. Cuando la garganta se rompe, el silencio que se crea va expulsando coágulos cargados de serotonina, rabia y desorden. Hoy solo puedo hablar con los dedos.
Cuando mis ojos escuecen se anulan los gestos, las miradas y los días. Cuando mis ojos se enrojecen solo queda momento para mirar para dentro y desde dentro. Cerrar los ojos…

es algo así como una metamorfosis, un cambio desde las vísceras…






[1] ‘Ya eres mujer’ se decía (porque espero que no se diga ya más) a las niñas cuando les venía por primera vez la menstruación.

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