Un abrazo a cara perro


Termino de prepararme y me pongo el abrigo. Que no se te olvide el paraguas, pienso. En la calle jarrea. Cojo la bufanda que me regaló Asim hace unas semanas y agarro con la mano derecha el bolso de la habitación. Saco el iPod y antes de que empiece a tararear when the night has come cierro la puerta con bastante fuerza. Pum. Bajo las escaleras apresurada, aunque sé que voy a terminar esperándole mientras me mojo en la lluvia. Pienso en Víctor y en su capacidad de caminar bajo la lluvia. Yo tardé en aprender, pero aquí estoy. Calada. Tengo dos canciones y media hasta llegar al lugar donde me suele recoger. Dos canciones y media o a veces tres. Y en la mayoría de los casos es la primera que la pongo varias veces. Quizá soy demasiado obsesiva, pienso mientras las primeras gotas de lluvia me alejan un poco de mí misma. En el paso de cebra me cruzo con un vecino. Nos sonreímos bonito. Él apresura el paso. No tiene paraguas. Va a llegar a casa mojado. Pienso en dejarle el mío. Tengo capucha, pero él se aleja corriendo. No le alcanzo.

Asim no era como los otros. Lo supe desde el primer día que lo vi sentado en las escaleras. Siempre tuve la sensación de conocerle cuando apenas sabía su nombre. Era un chico bastante introvertido. Esto apenas ha cambiado. Aquel día que le volví a ver se pasó casi toda la noche en un silencio armonioso que a veces daba pie a la sospecha. Tiene una sonrisa pequeña pero sin duda lo que más me gusta de Asim es la forma de mirarme. Sus ojos marrones, rozando al negro te llevan de camino a la inmensidad. No siempre sus ojos se ajustan a los míos y ahí deambula la perfección. No siempre su mirada se cruza con la mía, pero cuando lo hace es tan jodidamente perfecto que podría quedarme a vivir ahí. Aquel día y las noches que le siguieron no pensé que podría llegar a disfrutar tanto con su presencia. Se mueve lento, pero a compás. La vida le va tranquila, aunque él no lo es. Aquí está. Ya ha llegado. 

Abro la puerta. Sus ojos me esquivan. Sube la música. No hay nada que nos pueda detener ahora. El cielo grita desesperado que la noche acaba de empezar. Las palabras se cruzan con ganas, pero los ojos se mantienen intactos. Recuerdo la primera noche que le vi. Se quedaba parado durante segundos, contemplando los secretos de la ciudad, lo que todo el mundo pasa por alto. Su rostro blanco y difuso me mantenía atenta como si de una clase magistral se tratara. Quería aprender cada uno de sus gestos, aprendérmelos y repetirlos en mi cabeza. El tiempo me estaba dejando cobijo, dejando el espacio perfecto para que saliera aquello que ya no dolía. Quizá esa mirada es la que voy buscando en cada instante en mi vida, una forma de mirar al mundo que deja espacio a la emoción.

Asim es pura emoción.
Pero hoy por hoy tengo que alejarme de Asim, porque temo que le muerda.




Bruce Davidson

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