Lo nuestro son polvos en el aire | Vol.III


Todos están fuera terminando el último cigarro antes de entrar al garito donde acabarán la noche. Llueve mucho y el frío se ha metido por debajo del abrigo. Junto a ellos se agolpan otros seres extraños que hacen lo mismo: acumular frío y sustancias tóxicas. Ella, rodeada de lobos con los ojos rojos, comprueba por última vez las miradas absurdas de la noche y se adentra en silencio.  Javi le abre la puerta. La caballerosidad pagada a 13€/ hora. Nunca nadie le había dado tanto miedo y a la vez tanta paz, tantas ganas de abrazarlo.

La sala está llena, pero nadie está cuerdo. Los brazos se azotan en el aire, las copas viajan de unas manos a otras, los pies empiezan a volar. La sala está llena, pero nadie está sobrio. Ella tampoco. Se acerca a la barra a pedir cualquier cosa que no sea un buen tema. Allí no se vende de eso. El chico de ojos negros de detrás de la barra le sirve la última cerveza de la noche. O eso piensa ella cuando agarra esa botella verde que le hace sentir como en casa.

Se cruzan. Algo se dicen. Algo se miran. Se sonríen. La gente, que no para de bailar, se cruza entre ellos. Les empujan. Les gritan, les cantan. Se (en)cantan. Sus manos se cruzan, se entrelazan. El tiempo se ha parado por un momento. ¿y si de verdad el tiempo se ha parado? ¿y si nos detenemos en este puto instante? ¿y si es el momento de quedarnos, aquí y ahora? Ninguno de los dos dice nada. No hace falta. Sus manos siguen agarradas. La vida sigue, la música suena y los cuerpos se agitan y se agolpan con el sonido de James Brown. Son las cinco de la mañana, pero podían quedarse en ese momento. Sus manos se acarician, suave. Están tranquilos, hasta que alguno de ellos siente la presión suficiente como para soltarse. 

Toco tu mano, con mis dedos toco tu mano. Me adentro en ella. Voy dibujándola con mis dedos pequeños e inquietos. Debería quedarme en el ahora, pero no quiero detenerme, no ahora. Tocas mi mano, con tus dedos tocas mi mano. Te adentras en ellas. Vas dibujándola con tus dedos largos, rasgados y estrechos. Deberías quedarte aquí pero no puedes, no ahora.
Nuestras manos se buscan. Nadie de los dos dice nada. No hace falta. 
El mundo se para.

Vivian Maier


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