المغرب



Y aún no te he contado apenas nada del viaje. Aún no sabes, aunque lo intuyes, que fue una de las mejores decisiones que he tomado en mucho tiempo. Y quizá todo se gestó entre las primeras cervezas observando e imaginando la vida de los santanderinos desde la otra punta del mundo y los huecos de conversación entre canción y canción que nos dedicábamos, derivaciones de lo bien que me haces sentir y las consecuencias que a mí me provoca el vino.

Y antes de aparecer en el aeropuerto, estuve a punto de repetirme las palabras que me habían envenenado durante el verano, palabras que me repetían la incapacidad que tiene una gran parte de este mundo para enfrentarse a lo desconocido, de lidiar con sus miedos. Y mientras todo parecía quebrarse, tú seguías poniendo tiritas para pegar los trozos, soldabas cada parte del sueño roto. Y tus palabras funcionaron como la mejor de las sustancias para adherir y re-construir. 

Tú sin dolor.
Tú sin miedo.
Tú con sinceridad.
Tú con cariño.

Otros quizás se esfuerzan a posteriori en echar alcohol, que aunque tenga romero y huela bien, siempre de primeras escuece y jode. Pero tú, que no eres de esa gente cuerda, me incitabas a cumplir mis sueños, a vivir y a no arrepentirme. 


Y tú has sido el último en conocer las cuatro noches mágicas que pasé en Marruecos. Pero tú fuiste el primero en impulsarme a vivirlas. 

Gracias. 




Que la distancia que hay entre nuestras fuerzas,
Se hará siempre tan ridícula
Y tan pequeña,
Mientras los dos sigamos las mismas estrellas.
Y aunque vueles lejos,
Tan alto que no puedas vernos, te esperamos dentro,
Siempre habrá un techo.

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