El señor del aire y la bravura del mar...



Suena la alarma. Mi madre, que apenas ha dormido más de tres horas seguidas, se levanta paciente con medio sueño dentro y mucho cariño fuera. El reloj marca las siete de la mañana y las mascarillas con oxígeno y  pócimas llenas de fuerza se colocan para  aguantar un poco más a un hombre luchador pero cansado de serlo. Los pájaros de la terraza entablan una grata conversación, cantos que no entendemos porque aún el sol no ha salido y las luces de la calle siguen encendidas. Todos tenemos sueño. 

La máquina hace un ruido espantoso pero los que seguimos en la cama o no nos enteramos o hemos tomado la opción de hacernos los dormidos. Mi madre vuelve a la cama. No sé qué hora será y tampoco quiero saberlo pero ya entra el sol por la ventana. Todos seguimos teniendo sueño.

Se escuchan pasos por el pasillo. Al señor del aire siempre le ha aburrido la cama. Con pasos lentos pero seguros se acerca a lo que los ‘nuevos’ llaman el despacho, las que llevan en esta casa toda la vida lo llaman la saluca y nosotras, las pequeñas de la casa, lo definimos como el sitio de güelo. Es un lugar, definido de mil maneras pero, conocido por todos. Un lugar lleno de libros, barcos y fotos donde el señor del aire lee y escribe libros. Libros que no se pueden descolocar, libros que hablan de la segunda república, de guerras civiles, de maquis y de memoria histórica. Periódicos que solo dicen mentiras, periódicos de A Hora, periódicos que calman heridas. Cuadernos que relatan vidas, cuadernos a puño y letra, cuadernos que cuentan historias que desconocemos. 

En la cocina, de mientras, unas manos cansadas muelen café. Un poco de agua en la cara, un cambio de vestuario y en la tienda ya tiene preparado el periódico con todos los suplementos del día. Es domingo y aprovecho a comprar algo dulce  y un poco de pan para acompañar el café que me está esperando en casa. El señor del aire mira por la ventana. Ahí está, donde le he dejado. En una bandeja de plata, vieja y desgastada, le llevo un café y un croissant que acompañen la lectura de este domingo nubloso.
Todos esperamos que la cafeína nos quite el sueño.

Por el patio alguien canta y nos animamos. Ponemos música marinera en aquel cacharro que la ‘palomuca’ de la casa trajo por sorpresa y después de unas cuantas canciones, cuando ya casi nos hemos quedado sin voz, la música suena y el señor del aire ahora mira al frente. Parece estar en silencio, sus ojos, ya cansados de leer y de vivir, miran por la ventana. Parece estar en paz. No hacemos nada. Solo silencio. El señor del aire mira a la ventana y yo le miro a él. 
Al final todos tenemos SUEÑOS. 



Me embruja el murmullo del río y del monte
con lluvia de mayo me quiero mojar
voy a correr como el lobo en la noche
pretendo sentir toda tu inmensidad.

Me guía la luz de un rayo de luna
la clara del alba al amanecer.
Me llena de vida toda la hermosura
de esta tierra verde que aprendo a querer.

Quiero saltar de la rama de un roble
gritar tu nombre y echar a volar
tengo la fuerza del viento del norte
y esa bravura que viene del mar.


Un puño de tierra, de arena o de nieve
hacen tan pequeño lo poco que soy
que a veces me alienta y otras me hiere
yo vengo de ti y no se donde voy.


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