Pequeña niña grande, no temas.
Me
despierto aterrorizada. Fuera, en la calle, sigue lloviendo. Es un incesante y desagradable
calabobos que no para. Lleva así varios días, varias noches y, parece que aún
no han caído los suficientes litros de agua para dejar esta tierra verde, como
los romances sonámbulos de un poeta que aún no ha muerto. Esta mañana ha vuelto
el miedo. Miedo que se traduce en una inquietud constante, como si mil insectos
torpes y malévolos se apoderan de mi cuerpo y me dejaran mutilada todo el día. Toda la noche.
Sin
poder moverme, sin poder pensar, sin poder sentir, sin poder bailar.
A veces
se me olvida el motivo fundamental de esta toma de decisiones que me provocan
este tembleque constante. Decisiones que hoy me parecen completamente desequilibradas. Locas.
Recuerdo mi primer examen de piano. Mis manos, delirantemente inquietas, volaban tanto que era imposible rozar ni siquiera por encima esas teclas negras y blancas que tanto me gustaban. Antes de atravesar la puerta de la sala y mirar con miedo a esa profesora inglesa, tan fría - tan seca - tan áspera, que miraba dando por hecho un suspenso, en mi cabeza sonaban la melodía aprendida, la voz de mi profesora diciéndome –tú puedes- y las caras de mis padres haciéndome valiente. Y hoy vuelve ese mismo miedo. Me muerdo la boca, me hago heridas, no sangro pero duele. No entiendo cómo mi cabeza sigue creyendo que el dolor físico va a poder con el anímico. Hay manías que van a tardar en quitarse. –Ya no eres una adolescente-, me digo enfadada y crítica conmigo misma. Más aún me apodera la culpabilidad y esos malditos insectos me dominan como si yo se lo estuviera permitiendo.
Recuerdo mi primer examen de piano. Mis manos, delirantemente inquietas, volaban tanto que era imposible rozar ni siquiera por encima esas teclas negras y blancas que tanto me gustaban. Antes de atravesar la puerta de la sala y mirar con miedo a esa profesora inglesa, tan fría - tan seca - tan áspera, que miraba dando por hecho un suspenso, en mi cabeza sonaban la melodía aprendida, la voz de mi profesora diciéndome –tú puedes- y las caras de mis padres haciéndome valiente. Y hoy vuelve ese mismo miedo. Me muerdo la boca, me hago heridas, no sangro pero duele. No entiendo cómo mi cabeza sigue creyendo que el dolor físico va a poder con el anímico. Hay manías que van a tardar en quitarse. –Ya no eres una adolescente-, me digo enfadada y crítica conmigo misma. Más aún me apodera la culpabilidad y esos malditos insectos me dominan como si yo se lo estuviera permitiendo.
Intento
controlar a esos bichos. Respiro profundo. 1,2,3,4… no lo consigo pero vuelvo a
intentarlo. Respiro hondo y 1,2,3…. Nada. Miro el Facebook, con el único
objetivo de buscar alguna chorrada de esas que siempre alguien cuelga pronto
por la mañana y me hagan pensar en otra cosa. De manera inacabable y con
grandes portadas aparecen los whatsapp de unos grandísimos hijos de puta que se
sienten orgullosos de violar(nos) en un portal mientras toda la sociedad calla.
Lo cierro todo. Arranco el coche, subo la música y me planto enfrente de la
bahía. Sólo hay un coche, imagino que esté alguien intentando pescar algo.
Ojalá estuvieras aquí. Ojalá vieras esto. Mi lugar secreto. 'El sitio guay'. Hoy no aparecen por
mi cabeza profesoras de piano, ni padres (bueno, miento, ellos siempre están). Hoy
apareces tú, como una constante, como imagen quieta y permanente. Ojalá pudiera verme como tú me viste.
Tú. Tú que
me conociste valiente. Tú que me viste orgullosa de mis pasos, de mis
decisiones. Tú que me viste cruzar fronteras. Tú que me viste fuerte, caminando
sola, descalza y sin miedos. Tocando con mis pies tierras lejanas, que pisé el
fango, que me caí y que me levanté. Tú que me viste saboreando conversaciones
ajenas, que me viste tatuandome poco a poco la libertad y que al final pretendo llevarla siempre
conmigo.
Tú, por favor, recuérdame
porqué vuelvo a estar hoy así, con este miedo que no para. Recuérdame porqué
quise volar sola. Recuérdame que arreglé mis alas rotas y que las fijé con el
pegamento de los valientes. Recuérdamelo porque hoy parece que se me ha
olvidado todo. Recuérdame que este miedo me mantiene y me hace sentir viva, recuérdame que la
sensación de tripular este barco enorme yo sola me hace cada día más fuerte. Recuérdamelo porque hoy
esta lluvia me está dejando la memoria perforada.
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