Velada | de velar | Del latín vigilāre.


Fuimos al bar que yo propuse. A menudo, Antoine me deja escoger a mí, me explica que le suelen gustar los lugares que yo elijo, porque acierto. La verdad es que propuse ese bar porque fue el primero que se me ocurrió. Era la segunda que vez que iba en esa semana. Desde que me lo enseñó Mathías me gustar ir a leer allí, a ese rincón de la ventana. La música está en el nivel perfecto para que se pueda tener una conversación. Las paredes son blancas y lisas y están llenas de fotografías y cuadros de músicos, cuelgan grandes vinilos: The Beatles, Little Richard, Charles Mingus, Nina Simone… La última estuve con Anita tomando el café antes de ver unos cortos bastante decepcionantes, a ella también le gustó este pequeño museo de la música. Creo que ambas volveremos, probablemente juntas. Nada más sentarnos Antoine vuelve a señalar que le gusta estar aquí conmigo. Me dice que da igual donde vayamos que yo le hago sentir cómodo. Quizá no sea el objetivo de Antoine, pero esos comentarios me hacen sentirme un poco incómoda. Justo, al contrario. El camarero del bar trae en la bandeja de acero todo lo que habíamos pedido: una copa de vino, una media de cerveza y unos trozos de queso de oveja con pan en un bol pequeño blanco. Cuando el camarero posa en la mesa las bebidas, las coloca; a él el vino, a mí la cerveza. Inmediatamente lo modifico. Antoine y yo nos miramos y nos reímos, siempre pasa lo mismo. Realmente a mí no me hace mucha gracia, pero me río porque Antoine odia el vino.

Aquel hombre de casi 2 metros de altura me dice que tenía ganas de verme y que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos. Es cierto, hace mucho que no le veía. No lo parece porque hablamos mucho. Si no recuerdo mal la última vez que nos vimos fue a principios de septiembre. Quedamos un sábado al mediodía en la Plaza de la Porticada, de ahí nuestro plan original era tomar unas cervezas y unos pinchos al sol. Hicimos todo lo planeado y más. Las circunstancias de cómo nos conocimos fueron bastantes bizarras, quizá por ello nos guste recordarlo siempre que nos vemos. Desde ese día la confianza no hizo más que crecer; no podía ser para menos. Me siento muy libre para hablar de cualquier cosa con él. Y, por lo que parece él también conmigo. Las relaciones más íntimas casi siempre son entre dos personas. Solo así pueden aparecer los temas de conversación en sus formas más abstractas y sinceras. Los juicios desaparecen y, con ellos los miedos. Tras la primera copa de vino aparece uno de los temas más recurrentes en nuestra vida. El amor ha vaciado nuestras mentes. Se ha transformado en una serie de complejas preguntas que nadie tiene el valor de responder y aunque más tarde, probablemente, queramos contestarlas, seremos incapaces. Inexpertos en cuestiones de hacerlo; el amor me refiero. Antoine me cuenta cómo es la chica que está conociendo, la encontró en Tinder. No me sorprende mucho que personas como Antoine usen Tinder. Le observo un poco desde fuera, como si le mirara desde esa aplicación que parece que cambia la vida a la gente. Antoine tiene carisma, es inteligente y atractivo. Puede gustar a mucha gente. Aunque le encanta hablar de cosas de su tesis doctoral, solo lo hace si le pregunto sobre metodología, teorías y demás. Él siempre tiene temas con los que divertirnos un buen rato. Sin embargo, lo único que le hace falta a Antoine es tiempo. Él y yo nunca nos hubiéramos conocido en Tinder.

Cuando Antoine se va al baño me señala con esa voz grave que tiene que ya puedo mirar el móvil. ¡Cómo si tuviera ganas de hacerlo! No me hace falta, pienso. Por el hueco que ha dejado Antoine puedo ver a una pareja que está cenando. Uno enfrente del otro. La mesa tiene velas encendidas. Las personas que pasean por la calle pueden ver a la pareja mirando sus móviles. Ensimismados. Me pregunto qué mirarán cada uno en su móvil. Una de las últimas veces que estuve con Isaac quedamos en una cafetería del centro. Mientras me contaba sus últimas experiencias por Armenia y Turquía mirábamos a una pareja que estaba como la que tenía yo delante. Es como si hubieran colocado a esa pareja en multitud de escenarios diferentes, misma posición, sin diálogo, sin mirarse, sin nada. Apenas se hablaban, únicamente miraban sus móviles como si ahí se encontrara todo el universo del mundo. Isaac cortó la historia sobre su padre biológico que me estaba contando para decirme:

― A nosotros nunca nos pasó eso. Siempre teníamos cosas que contarnos, de las que hablar, de las que discutir, ¿verdad?

Yo afirmo con la cabeza y con una sonrisa. Era cierto, nosotros nunca nos aburríamos. Yo no quería que habláramos de nosotros. Mientras intento retomar la historia en la que relataba qué estaba haciendo para encontrar a su padre en Armenia, Isaac sigue hablando. ¿Te acuerdas de aquel día que discutíamos tan alto en aquel mirador de Granada que te dio tanta vergüenza que me callaste con un beso? Afirmo con la cabeza. Claro que me acuerdo. Su recuerdo me llevó a muchos otros. ¿Cómo llegamos a hacernos tanto daño? ¿hubiera sido mejor sin las mentiras, sin los celos, sin las ataduras…? ¿cometeríamos ahora los mismos errores? ¿Fuimos completos inconscientes? O ¿inocentes enamorados? No quería tampoco que avivaran los recuerdos porque Isaac es muy nostálgico y melancólico. Siempre termina preguntándome si volveremos a estar juntos. No me gusta responder a esa pregunta por eso intento omitir todos los recuerdos. Yo también soy nostálgica, pero soy un poco más fuerte que él. Poquito más.

La pareja que tengo delante de mí no tiene más de treinta años. Están aburridos. Incluso a mí, me aburren demasiado. Cuando vuelve Antoine yo estoy mirando al móvil, releyendo la conversación con Mathías, esperando impaciente a que termine de escribir. Una vez sentado Antoine en la silla de madera, cierro el móvil rápido. Espero impaciente a que Antoine vuelva a marcharse al baño.  



Vivian Maier - New York - 1947




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