Los nuestro son polvos en el aire | Vol. X


Si alguien nos viera desde la ventana de aquellos pisos de enfrente podría decir que apenas nos hemos movido de la misma posición las tres horas, dieciocho minutos y treinta y cinco segundos que llevamos en este salón. Sin embargo, servirían muy pocas palabras para resurgir de este letargo y salir corriendo de esta casa. Y quizá, no volver a ella nunca más. Pero algo me sujeta a este sillón de flores cálidas y tenues. 

Si alguien nos viera desde la ventana podría ver como nuestras manos se sujetan, podrían observar cómo ambos estamos tumbados en el suelo, agachados, desfallecidos, respirando polvo y descuido. Nuestras manos se entrelazan, se sujetan, sin embargo, estamos abandonados. En esta postura difícil y compleja te veo a ti despreocupado. No haces más que fijarte en nuestras manos. Por tus venas corre una sangre roja a punto de estallar. Y no me sueltas. Estás tranquilo y miras a tu alrededor, parece que todo está en orden, incluso nosotros, como si nos hubiéramos pasado la vida tirando el uno del otro.  A mí se me cansan las manos. Quiero soltarte, pero tu confianza en que no lo vaya a hacer amenaza mi estabilidad. De repente me viene a la cabeza el último libro que leí sobre Foucault. Lo terminé ayer justo de camino en el autobús. Él no habla, él no cuenta, no escribe es otro. Pero es que siempre es otro. ¿y tú que cuentas de mí? ¿qué piensas de mí? Foucault y su teoría del poder me hacen pensar en nosotros, en estos momentos, en estas relaciones de fuerza, en esta fuerza que se agota.

Si alguien nos mirara desde la ventana podría ver dos siluetas. Desde lejos apreciarían una mujer y un hombre deambulando con sus egos por el suelo, agazapados, enmascarando el dolor, las agujetas y los miedos. Intercambiando insignificantes muestras de cariño. Sin embargo, lo que yo veo es a una mujer torpe, ciega y loca tirada bocabajo en el piso, sin casi oxígeno que inhalar, con mucho oxígeno que regalar. Es complicado pensar que nadie, que ninguno de los dos, está incómodo en esa situación.
Si alguien nos observara desde lejos podría pensar, incluso, que somos felices y lo somos... sin ropa, con arañazos, extenuados, casi torturados.


De repente pienso en la capacidad de agencia de nuestros cuerpos. Hablan de manera constante y compleja, haya ruido, silencio y música. Sin embargo, nuestras bocas callan más que nuestros cuerpos. Nos encerramos en jaulas con todo eso que no decimos. Ese es justo nuestro problema, y sin querer ser arrogante, el de toda nuestra sociedad, porque de alguna manera hemos aprendido a separar nuestras palabras de nuestros hechos, nuestra mente de nuestro cuerpo. Dividirnos en dos. Olvidando una vez más nuestras emociones. Abandonarlas hasta que sepamos construir con ellas una canción, un buen libro, una buena foto o una mísera entrada de un blog. Cosas que nos hagan, al final, procrastinar nuestra propia vida. Mientras tanto, nuestras manos siguen apretándose mutuamente. Pero, eres tú quien no me suelta. El mismo hecho de pensar en dejarte caer, por mucho que ya estemos en el suelo, me hace agarrarte más fuerte. Aún más fuerte. Mis manos tiemblan de dolor. 

Con mi otra mano te sujeto la cabeza. Meto mis dedos por tu pelo y deduzco, en parte, tu comodidad. No recuerdo en qué preciso momento decidí sujetarte tan fuerte. No recuerdo en qué preciso momento dejé que me sujetaras tan fuerte. 

Entre todo este jaleo me he olvidado de que, si vamos a quedarnos dormidos en esta posición, es mejor que vaya a por una manta. 
De repente te suelto. 
Voy a la habitación y recojo la manta gris de la cama y de camino al salón, soy consciente de que te he dejado solo. Tú sigues en la misma posición. Tu mano roza la alfombra áspera que compraron tus padres para el salón, tu cabeza mira hacia mí y tus piernas parecen seguir un extraño ritmo que no existe. Todo ha cambiado y sin embargo todo está como lo dejé. La ausencia es solo mía. La pérdida me la quedo yo. Así que ahora tengo que acostumbrarme a las horas perdidas, a los conciertos de piano en silencio y a los tiempos que cesan. 

Si alguien nos observara desde aquella ventana blanca vería dos personas buscándose. Tú a ti y yo a mí.



Henri Cartier Bresson 


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