Dudar | Del latín dubitāre.
Las dudas a
última hora del día me agotan tanto que termino durmiéndome antes de decidir. Una
decisión tan banal como empezar un nuevo libro puede llevarme un rato largo. En
serio te lo digo. Se convierten en minutos interminables que me hacen cada vez ser
más consciente de la irregularidad que se forma en mi cabeza. Sin embargo, anoche
tenía la sensación de saber, que fuera cual fuera iba a, tomar una buena
decisión. Me sentía decidida a agarrar “Formas de estar lejos” de Edurne
Portela cuando recordé la recomendación que me comentó Naim esta mañana. Justo
en ese momento todo empezó a desmoronarse de nuevo. Quizá debería esperar y pasarme
mañana por la biblioteca a coger aquel libro del que tanto me habla. Terminar ya
con la incertidumbre de saber si es tan bueno como va diciendo. Sin saber qué
hacer pienso en las dudas que también me causa Naim. Me pregunto si Naim habla
conmigo con algún sentido, intentando encontrar parte de él en mí o si, por el
contrario, me conoce tan bien que está esperando a que yo tome conciencia de mí
misma. Siento que me está preparando para una etapa en la que estoy totalmente
al margen. Otras veces pienso que solo es un juego de palabras, una búsqueda
inconsciente de agarrar el tiempo o una huida hacia delante. Pero, aunque él no
lo quiera o sea vagamente consciente de ello, en la mayoría de las ocasiones me
da miedo. Miedo porque mantiene en mí un constante estado de alerta ya que ve
cosas de mí que me apuran. Realmente me gusta pensar que sí, que es un maldito
juego de palabras. En el que me da pocas y me quita muchas, donde hace
malabarismos con los significados, teatraliza los dobles sentidos y hace que
termine por dramatizar una aparente historia difusa. Lo realmente interesante
de todo esto es que tiene la capacidad de trasformar términos, conceptos y
categorías establecidas. Aún tengo dudas de si seré capaz de entender esta
forma de comunicación alternativa. Me hace sentir frágil y grande a la vez. Y
entonces, con todas estas dudas en la cabeza, para rematar, me pongo a pensar
sobre el estado actual de la vida. En general y en particular de la mía.
Pero ¿dónde
estaba yo? Ah, sí. Me había perdido, perdón. Finalmente cogí de la balda de madera, que
está encima de mi cama, el libro de Edurne Portela. Fue uno de los regalos de
navidad. Esta vez solo obtuve libros y música hecha por mujeres. Algunas de las
personas que me rodean sí parece que saben tomar buenas decisiones. Abrí el
libro. La tipografía de la letra me gusta. Son pequeños detalles que hacen que
la lectura pueda ser más fluida. La luz tenue de la bombilla de mi derecha hace
una sombra en el libro que me recuerda a los tiempos de oscuridad, a las
ausencias de aquellas personas que necesitan despegar de este mundo. Soy
consciente que todo esto me llevará a pensar en el trabajo. En el trabajo que
realizo en mi horario y fuera de él, con ellos y con él. Soy prudente y lo
paro. Me siento orgullosa y empiezo a leer.
Suelo
escribir notas en los márgenes, subrayar aquello que me hace reflexionar o
aquellas frases que me devuelven la calma. Por ahora no he utilizado el boli
que tambaleo entre los dedos. Suelo elegir palabras con las que revisar los
trozos de desasosiego, con las que adentrarme en los vaivenes y laberintos
mundanos, con las que me desvisto a pesar de haber tenido un frío permanente en
los huesos. A veces me gustaría olvidarme de la fuerza de las palabras, me
gustaría valorar las banalidades y sospechar de todas aquellas personas que
quisieran inquietarme con ellas, pero la verdad es que me ató a ellas hasta que
me ahogo. Revindico dejar de dar sentido a las palabras porque con ellas, a
veces nos destruimos. Lo único que sé es que desde siempre el mundo de las
palabras me ha fascinado. Ciertas
composiciones maestras como la que hoy leo en este libro de Edurne Portela me llevan
a pensar en el razonamiento que tengo para construir ciertos paralelismos; ninguno.
Alicia, la protagonista de la historia, escribe en un diario angustioso. En él
carga la desesperación, la frustración y el poco orgullo que le queda después
de haber dado la vuelta a su vida. Las palabras que escribe Edurne me revuelven
a grandes miserias. Al final, Alicia y yo nos parecemos en algo: hemos
descuidado nuestra vida y ahora la volcamos en un diario obsoleto de palabras que
intentan encontrar un sentido. Aunque así de pronto lo parezca, te digo que no
he llegado hasta aquí sin argumento alguno. En mi cabeza las palabras de Edurne
y las de Naim conversan como si estuvieran en la cocina tomándose el café del
descanso. Esas palabras aparecen en el momento justo en que soy incapaz de
poner las mías.
Bueno, como te
estaba diciendo. Desde siempre el mundo de las palabras me ha fascinado. Hay
frases que vienen cargadas de peso, que se repiten con los años, que actuamos
en nombre de ellas y con las que incluso cometemos las infracciones más
temerarias que se nos pueden ocurrir. Algunas como el no saber esperar o el no
saber decidir son bandera de ciertas frases, leyes no escritas en nuestras
personificaciones, en las que nos apoyamos para seguir reaccionando ante la
vida. Todos sabemos que nos afectan más de lo que nos gustaría, que a veces las
extrañamos cuando no entendemos una puta mierda de lo que está pasando. Por
otro lado, desechamos la sobrecarga de ellas y más si esas palabras dan forma a
conversaciones superficiales establecidas en el primer apartado de las
relaciones sociales. Son méritos. Parece ser que te dan puntos. Y es por eso por lo que hoy me cago en ellas.
Me cago en ellas porque yo, eso que espera todo el mundo, no lo logro. Aunque,
bueno, he de decir que tampoco lo he intentado mucho. Ahora mismo,
sinceramente, podría seguir cagándome en todas esas palabras absurdas que he
escuchado en tan poco tiempo, pero toda esa basura se desvanece cuando pienso
en lo bien que hacen su función cuando me facilitan el entendimiento entre aquellos
seres decadentes que siempre suspendieron en ser parte de lo normativo. No sé
por qué ahora me estoy acordando de la conversación de hace pocos días con Naim,
quizá porque muchas veces son palabras que ocupan un gran espacio, o porque quizá
él sea uno de esos seres decadentes. Qué sé yo, joder.
Bueno, pues
el otro día mientras ponía de manera casi perfecta su segundo café de la mañana
señalaba mi habilidad por ofrecer cuidados. No a él, que también, sino en
general. Por ahora los cuidados siguen estando en disonancia entre algunos humanos.
Frases como “te pones en tu rol de educadora” me distancia por segundos de
Naim. Esa frase sigue reventándome la cabeza y es una putada, tanto que siga explotando
en mi cabeza como que exista aún todas esas diferencias abismales entre los
géneros y por qué no señalarlo, entre Naim y yo también. Sí, vamos, lo que
quiero decir es que por una parte marca un punto de no retorno a las
inseguridades y pocas fortalezas que tengo al respecto del deber de los
cuidados y por otra, esa frase está cargada de ideología. Sé que Naim no es
consciente de toda la mierda que trae consigo esa frase, o quizá sí. Bueno, no
sé si lo sabe pero en ella me he quedado. ¿Entienden ahora lo que quiero decir sobre
mi dificultad a la hora de tomar decisiones cuando las palabras se atragantan?
En
fin, a lo que iba, que se me va la cabeza. Son las 00:34.
Decido cerrar el libro triste y angustioso de la vida de Alicia. Si los cuidados
son de primera necesidad, ¿qué haces que no escribes? Al segundo me acuerdo de
las dobles pirámides que aquel individuo ha dibujado esta mañana. Lo pienso de
nuevo. Puede que me esté confundiendo y que Naim y yo estemos hablando todo el
rato en igualdad de condiciones. Bueno, no sé. No estoy del todo segura, pero
me entra una necesidad imperiosa de poner palabras a todo esto. Doy, por fin,
uso al boli que he mecido entre los dedos durante la hora que llevo en la cama con
el libro nuevo que decidí, aunque con dificultades, empezar esta noche. De algo
que sí estoy segura es que en la base de esa pirámide está la necesidad de una
habitación propia, como me diría Virginia Woolf. De lo que dudo ahora es si me
estarán diciendo lo mismo Edurne y Naim pero con otras palabras. Ay, no lo sé. Ya
saben, las dudas a última hora del día me agotan tanto que simplemente he
aprendido a vivir con ellas en la incertidumbre. Por eso escribo ahora que puedo.
Virginia Woolf |
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