Lo nuestro son polvos en el aire | Vol. XVII


Después de desayunar Thomas insiste en traerme a casa en coche. Tiene una comida familiar fuera de la ciudad y pasará el fin de semana en el pueblo. Alguna ocasión especial y casi obligatoria tiene que celebrarse para que no se haya inventado una excusa para no ir. Eso o que quiere comer bien. Aunque no entiendo mucho el objetivo de ese recorrido en coche acepto tranquilamente. Podría darme un paseo y no perder tanto tiempo en ir hasta su coche que está bastante más lejos que mi casa, pienso mientras espero en la puerta a que coja su abrigo largo que le regalaron hace un par de años. El sol aparece entre los árboles de la calle Menéndez Pelayo mientras pensamos en las vistas que deben tener los pisos más altos. La verdad es que ninguno de los dos se puede quejar de sus respectivos hogares, pero aun así nos han hecho imbéciles para desear aquello que nunca tendremos. De casa en casa pasamos esta etapa, de la tuya a la mía y viceversa. Son más de cuatro fines de semana los que hemos pasado durmiendo juntos este mes. Creo que eres la chica con la que más veces he dormido me dice al dejar de lado la rotonda de canalejas. Sí, sin duda eres la pava con la que más he dormido, afirma. Llevamos mucho tiempo durmiendo juntos, pero antes había una razón real, ahora parece que nos gusta, aunque solemos hacer ver que es todo de casualidad. Nos gusta creer que no hay nada serio en todo esto. Mantengo un silencio incomodo ante esa afirmación. Damos toda la vuelta a la ciudad para llegar a mi casa. Es bonito este paseo que no esperaba así que no me quejo. Thomas está muy tranquilo. La nerviosa soy yo.

El sol le da ahora en la cara y me pide las gafas. Está más guapo de lo que a veces pienso. Es una pena que nunca se las ponga. Thomas se comporta muchas veces como si siempre hubiera estado solo, sin embargo, otras muchas parece que en algún momento hemos llegado a comprometernos. Nunca hemos hablado claramente de lo que somos o si alguna vez lo hemos hecho no lo dejamos bien cerrado. Sigo teniendo curiosidad de saber hasta dónde podemos llegar y quizá por eso callo. Por eso y porque me da miedo admitir que me encanta dormir con él. Me temo que Thomas también tiene tal curiosidad. No siempre, a veces. Y a mí me pasa igual. No siempre, a veces.

Llegando ya al ayuntamiento suspiro. Últimamente suspiro mucho. Anoche mientras esperaba a que llegara Thomas a la cama también suspiraba. Durante los 13 minutos que se pasó en el baño tuve claro que podríamos llegar a ser una pareja en algún momento. A veces creo que lo estamos intentando un poco todos los días. Me siento como aquel niño que se empeña en pasarse la pantalla del nivel cinco del videojuego que le regalaron en navidad. Sinceramente a veces pienso que, incluso, ya lo somos. Respiro profundo y vuelvo a suspirar. Se mete en la cama. Inseguros y excitados. Los nervios de saber que queríamos lo mismo me hacen mojarme las bragas. El juego de Thomas de esperar a que sean siempre los demás los que muestren sus cartas, me excita tanto que me bloquea. La naturalidad que tenemos la perdemos completamente entre las sábanas. Su piel estaba caliente. Me gusta tocarle pienso mientras intento mantener la calma. Me agito porque parece que tenía razón Carla cuando me dijo que solo tenía que probar a hacerlo. Sigo acariciándole sin prisa. El pulso me va a estallar. No quería pasar de ahí; caricias, pero estaba tan excitada que iba a estallar. Con lo fácil que fue hace un rato. Nada podía separarnos mientras reíamos al cantar nuestras canciones favoritas.

Una vez ya metidos ambos en la cama pensábamos que era nuestro momento, pero en apenas diez minutos se cayó el cielo entero a nuestros pies. Después de acercarnos lo máximo posible, ambos supimos que no habíamos cargado demasiado nuestros ansiolíticos para adentrarnos en esa cueva de la que creíamos que no íbamos a regresar. Esto ha ido tomando otro tono muy diferente y no nos estamos preparados.  

Llegando a Puertochico Thomas tiene una revelación. Me propone que follemos fuera de su casa – y de la mía-. Llegué, por momentos, a pensar que hablaba en serio, completamente en serio. Estuve excitada toda la mañana. Aunque por momentos creyese que íbamos a follar en aquellas circunstancias, no logré creérmelo del todo. Una vez en casa, de vez en cuando me acordaba de lo que había pasado entre las sábanas azules de su cama y aparecía a menudo en la mía intentando sofocar todo lo que estaba construyendo mi imaginación. Llegué a mandarle una foto, la cual borré desesperada a los pocos minutos. Anoche susurré en su oído varias cosas pervertidas que me llevan a seguir sobrepasando límites. Si esta noche no podemos follar, solo espero que construyamos solos pero juntos un universo paralelo. Y, terminar pactando que serán esas imágenes las que nos harán temblar. No sé a él, pero a mí se me repiten en la cabeza.




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