Lo nuestro son polvos en el aire | vol. IV





Parto de la premisa material de que estoy ahora aquí. En este lugar tan acogedor como suave no estoy sola, pero tengo miedo. La decisión de marcharme de aquí no es una posibilidad. El cómo, por qué y lo que he hecho antes de llegar a esta parte de nuestro mundo es mejor que se mantenga en secreto. La policía todavía no me busca, no sabe nada. Si algo he aprendido a lo largo de estos años es la imprescindible y obligatoria necesidad de tener una intimidad como seres humanos. Si lo consigues es construir una casa que nunca se va a derrumbar. Así que siempre que puedas calla, aguarda, y mantente protegido del mundo. La sinceridad está sobrevalorada. Parto de la premisa física de que estoy aquí ahora mismo porque si me remito a las consecuencias creo firmemente que ya hubiera salido de aquí hace unas horas, pero es que estoy tan a gusto.

Acepto todo lo que pasó antes de subir en el ascensor, lo admito y lo acepto. La sinceridad hacia una misma es la estructura más perfecta y, la más compleja, que un arquitecto va a poder hacer nunca, porque nunca sabes por dónde empezar. Aprendí sobre plantas de iglesias, catedrales y mezquitas en Historia del arte con el profesor Celada en el mejor instituto del mundo. Con él, en aquellas clases en el centro de la ciudad, aprendí a interpretar los diseños de otros e incluso un día, junto con mi gran amigo Kike, dibujé una planta de cruz latina donde el altar después se convertiría en escenario para que gente con melenas, como por ejemplo Helloween, nos tocara el día, que supuestamente iba a ser uno de los más felices de nuestra vida. Yo también de pequeña pensaba en casarme, lo mejor fue que un día dejé de hacerlo. Todo lo que aprendí sobre arquitectura no me ha servido para nada porque hoy sigo sin encontrar el lugar perfecto donde colocar los pilares fundamentales.

Parto de la premisa corpórea de aquí y ahora. Llevo un par de horas en esta postura. Por mi cabeza parecen estar pasando un millón de elefantes y me hacen tener un dolor de cabeza terrible. Mi cuerpo está encogido dando la espalda al tuyo. Tengo los pies fríos. Desde la ventana se ve una luz amarilla y brillante. Debe estar haciendo un día precioso. Sin quererlo, nos imaginó en una playa cualquiera, descalzos, sentados frente al mar, como James y Alyssa. El sonido de tu respiración altera la mía y produce una música preciosa. Pongamos letra a esta mañana. No quiero despertarte. Miento, me encantaría hacerlo. El intrusismo con el que me he metido en tu cama ha sido realmente despiadado, pero, perdóname, no estaba planeado. Si lo estuviera ahora mismo no estaría así, preguntándome cuál es el siguiente paso que no tengo que dar. Únicamente hay un palmo entre tu cuerpo y el mío. Lo he contado. Y sé que solo tengo que darme la vuelta para pegarme a ti, pero hoy no quiero tanto. Quiero tu brazo en mi cintura. No pienso pedirte nada más. Tu brazo en mi cintura. Las razones que tengo para meterme en tu cama son tantas y tan desconcertantes que me he propuesto hacer mañana una lista para ir arrepintiéndome de ellas una a una y poco a poco. Me gusta tanto la idea de besarte que la omito de mi cabeza. Todo sería más fácil si fuera valiente. Parto de la premisa espacial del aquí y del ahora porque las consecuencias van a ser tan nefastas y dolorosas que mientras subía la cuesta para tu casa he contratado a varias personas que ya están cavando mi tumba.

Te mueves. Reacciono. Despacio. Suave. 

              -Buenos días, bonito.

Sonríes. 

Apoyo mi cabeza en tu hombro. El día sigue teniendo una luz preciosa. No queremos salir de la cama. Las imágenes de anoche nos recuerdan que apenas hemos dormido pero que lo hemos hecho demasiado bien. Suena Jazz portugués. 

– Solo escucho jazz cuando estoy solo. 

Nadie quiere salir de la cama por ahora. La conversación no altera que estemos los dos en la cama, pegados y semi desnudos. Todo está igual que anoche pero más cerca. La proximidad se acomoda, ya no tengo tanto miedo. Suena jazz brasilero.


Eso es lo más cercano que estuvimos de hacer el amor aquella mañana. Quizá aún no estamos lo suficiente enamorados como para follar, quizá es que lo nuestro, de verdad, son polvos en el aire.

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