Hábito | Del latín habĭtus
Para que se dé una habituación es preciso que una acción se
repita en una o más ocasiones. Por lo general, toda nuestra actividad humana está
sujeta a dicha habituación, principalmente por economía de esfuerzos. Es decir,
estas acciones repetidas, rutinarias aprendidas llevan a que podamos realizar
una actividad de la misma manera y con la misma economía de esfuerzos. Berger y
Luckmann (1968) señalan que esta habituación se da tanto en la vida social como
para lo que no lo es. E incluso afirman que un individuo solitario en una isla
desierta lleva a cabo estas acciones repetidas y al menos tiene la compañía de
los procedimientos operativos. Seguramente tengamos en la cabeza el ejemplo de
Tom Hanks y su pelota.
Por otra parte, al realizar hábitos éstos nos hacen sentir
aliviados debido a que no tenemos que dar respuesta constantemente a los
problemas que nos vamos encontrando. De manera que es innecesario definir
constantemente cada situación en la que nos encontramos. Por lo tanto, entiendo
que este comportamiento nos libera de tener que tomar en primer lugar otra
decisión distinta a cómo nos comportamos y, por otro lado, nos libera de la carga
que supone tener que dar diferentes soluciones. Es decir, que “la habituación
provee el rumbo y la especialización de la actividad que faltan en el equipo
biológico del hombre (o de la mujer), aliviando de esa manera la acumulación de
tensiones resultante de los impulsos no dirigidos; y al proporcionar un
trasfondo estable en el que la actividad humana pueda desenvolverse con un
margen mínimo de decisiones, éste libera energía para aquellas decisiones que
puedan requerirse en ciertas circunstancias” (Berger y Luckmann, 1968: 72).
Vamos, que nos es más fácil habituarnos y mantener esa conducta que estar en
constante aprendizaje. O ¿no te ha pasado alguna vez
que siempre vas al trabajo/facultad/casa por el mismo camino?
Pongamos un ejemplo:
Tengo, y lo acepto, una conducta habitualizada con J, la
cual me encanta(ba). Y claramente, como toda acción pautada y repetida retiene
un carácter significativo. En esta línea Weber (1984) muestra que cada acción
individual es esencialmente portadora de sentido. Es decir, que lejos de ser
mecánicamente disparada por estímulos fisicoquímicos o por constreñimientos
socio-estructurales, la misma está motivada, regulada y orientada por la
interpretación subjetiva que el actor realiza del mundo y de sí mismo.
Pero ¿conocemos los significados que tienen siempre nuestras acciones
(y no me refiero a los significados que tienen para otros) para nosotros
mismos? ¿Somos realmente conscientes de por qué llevábamos a cabo ciertas
acciones?
Yo dudo de algunos de los significados que me han llevado a esta
habituación con J, así que no me queda
otra que hacer caso a Weber y llevar a cabo la tarea fundamental de comprender el
sentido subjetivo que el sujeto cotidiano [osease yo misma] le brinda a su comportamiento
(1984:19).
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